Esta semana va de santos. Y grandes. Al menos el de hoy ha influido en la historia del arte universal, pues su martirio ha dado forma a una de las maravillas arquitectónicas del mundo, y además está en nuestra diócesis: el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, obra cumbre del inigualable Juan de Herrera. Visto desde el cielo, reproduce una parrilla, donde murió mártir el diácono San Lorenzo, deseoso de seguir los pasos del también mártir Papa Sixto II, a quien sirvió como diácono allá por el siglo III.

Las lecturas hablan de servicio, de generosidad, de entrega. El término griego “diaconía” significa servicio. Hay un ministerio específico en la iglesia que son los diáconos. Su tarea más significativa es la que realizan en la Misa: sirven al Obispo o al sacerdote en la liturgia sagrada. Pero el ministerio del servicio va más allá, aunque hoy día apenas se tiene en consideración. Se está recuperando el orden del diaconado permanente, al que pueden acceder personas casadas.

En sentido amplio, el servicio es universal para todos los cristianos: de hecho, el Concilio Vaticano II ha renovado la llamada universal a la santidad a través de cuatro elementos constitutivos de la vida cristiana: la koinonía (comunión, plasmada en la Lumen Gentium), la diakonía (el servicio, Gaudium et Spes), la leiturgía (liturgia, Sacrosanctum Concilium) y la martíría (testimonio, Dei Verbum). Con esta panorámica, podemos sacar más jugo al evangelio de hoy.

El Papa Francisco ha dicho en más de una ocasión que “si un cristiano no sirve, no sirve”. Es decir, que si un cristiano no vive la diaconía, no entrega su vida por Cristo y los demás, entonces, no es útil a la causa de Cristo.

Le pedimos hoy a San Lorenzo que nos haga siervos eficaces, instrumentos en manos de Cristo para su obra de redención, su causa divina. Para ello, que nos ayude a quitarnos los anillos para realizar lo que haga falta. Perdonad que cuente una anécdocta personal, que lejos de vanagloria, persigue arrancar una oración por este cura: hace unos días fui con una persona de la parroquia a recoger muebles de oficina. Un amigo que acaba de jubilarse ha puesto a disposición de la parroquia estanterías, mesas y sillas del despacho que tenía. Con ello podremos renovar el mobiliario de los despachos parroquiales, que falta hacía (¡Dios se lo pague!). Como era considerable el desmontaje, me acerqué también, vestido para la ocasión, con ropa de trajín. En mi casa aprendí todo tipo de manualidades con mi padre y hermanos de maestros. Mientras estaba en plena faena, una de las personas del despacho —que sigue en marcha—, se acercó para preguntarme si podría ir a su casa a desmontar unos muebles (pagando en justicia lo que fuera necesario, claro). El joven que me acompañaba puso cara de sorpresa, seguido de  un ataque de risa, que discretamente disimuló. A la señora, que fue correctísima, le expliqué que no trabajamos en mudanzas. Sin más explicaciones (por no incomodarla delante de sus compañeros), oculté mi identidad. Por echar un capote y desatascar la situación acabé con un dicho popular: “hay que servir para un roto y para un descosío”. Muchos párrocos que leéis este comentario de Archimadrid os habréis visto en miles de situaciones como estas. ¡A veces somos como los pulpos: nos las arreglamos para estar en la procesión y repicando!

También los padres, las madres, los abuelos… Si nos damos cuenta, todo nuestro tiempo lo podemos dedicar a servir. Incluso cuidar la oración es un servicio a los demás, porque estarás de mejor humor, trabajarás mejor, serás más punto de unión entre los tuyos… Servir a Cristo coge toda la vida: alma, vida y corazón; trabajo y descanso; gozo, luz, dolor y gloria.

¡Señor, que te sirvamos, que sirvamos!