Ezequiel 36, 23-28

Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19 

san Mateo 22, 1-14

“Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.” ¡Cuánta gente tiene hoy un corazón de piedra!. Es incapaz de inmutarse por nada que no le afecte personalmente y nada le extraña. Si la piedra que tienen por corazón fuera un diamante tal vez valdría la pena llegar a descubrirlo, pero suele ser una piedra pómez, llena de aristas, que raspa a quién se acerca y es incapaz de que nada le cale. El acostumbrarse a vivir entre infidelidades, engaños, mentiras, falsos amores, etc., va petrificando poco a poco el corazón.

Cuando el corazón se va petrificando se notan unos síntomas: Todo lo que se refiere a Dios molesta, vamos poniendo excusas -“uno se marchó a la boda, otro a sus negocios, los demás echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos”-, y parece que siempre hay cosas más importantes que hacer. La alegría se va perdiendo y aparece frecuentemente el mal humor. Se nos hace difícil compartir los bienes materiales, pensamos que siempre hay personas que tienen más y será su problema ayudar y esa falta de generosidad se vuelve contra uno mismo pues también es incapaz de compartir su interior. Se va encerrando en si mismo y se convierte en su propio dios que se perdona y se bendice, huyendo de los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía pues ya no le son necesarios. 

¡Qué exagerado! –pensarán algunos-, pero si no ponemos el corazón en Dios y por Dios en los demás lo acabaremos entregando a nuestro mayor enemigo y, poco a poco, se irá convirtiendo en una dura piedra.

“Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso.” El Señor puede devolverte un corazón de carne. Aunque pienses que a estás muy perdido el Señor mandará a alguien a “los cruces de los caminos” por donde pasa y conocerás su misericordia. Volverás a notar que la sangre circula por tu corazón y de allí se bombea a toda tu vida. Volverás a disfrutar de la vida y de Dios, gozarás con la fidelidad, amarás la sinceridad y en los demás, en vez de ver adversarios verás hijos de Dios. 

Acuérdate de pasar por el tribunal del Amor que es la Confesión para vestirte el traje de fiesta y así acudir al banquete de tan buen rey.

Santa María y tu ángel de la guarda están en los cruces de todos los caminos por donde pasas, esperando que, como ella, digas: “Hágase en mi según tu voluntad” y recuperes la “alegría de la salvación.”