Martes 4-9-2018 (Lc 4,31-37)

«Jesús bajó a Cafarnaún y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su enseñanza». El Señor dedicó gran parte de su ministerio público a predicar, enseñando a la gente con discursos, parábolas, comparaciones, explicaciones de la Escritura, ejemplos… Y así, una parte muy importante de los Evangelios recoge precisamente esas palabras que salieron de los labios de Jesús, unas palabras que son «espíritu y vida», unas «palabras de vida eterna». Cristiano, discípulo, es ante todo aquel que escucha a Cristo. Pero Jesucristo no sólo habló y enseñó en Palestina hace dos mil años… Él sigue hablando ahora. ¿Cómo? A través de aquellos que ha elegido como sus mensajeros. Jesucristo nos habla hoy a través de los pastores de la Iglesia: de los sacerdotes, los obispos y, sobre todo, el Papa. El Papa (Francisco, Benedicto, Juan Pablo… quien sea) es el Vicario de Cristo en la tierra, el que posee el Espíritu Santo para hablar en su nombre. Ciertamente, para nosotros hoy, Cristo habla a través de Francisco, a través de Pedro.

«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos?». Evidentemente, el demonio sabe muy bien a qué ha venido Cristo a la tierra. Sabe perfectamente que Jesús, por su muerte y resurrección, ya le ha arrebatado todo poder sobre los hombres. Sabe que su reino de tinieblas está destruido para siempre. Por eso, el demonio trabaja desde entonces, furioso e incansable, contra el Reino de Cristo en el mundo. No tiene otro objetivo, otro afán, otro deseo que reducir a cenizas la Iglesia de Dios, que es la presencia de Cristo y de su salvación en medio de los hombres. Y, de un modo particular, arremete contra sus representantes visibles en la tierra. Escándalos, división, corrupción, calumnias, difamaciones, acusaciones… todo le parece poco al príncipe de las tinieblas para atacar al Papa y a todos los pastores. Contemplando en este Evangelio la lucha furiosa del demonio contra Jesús, nos debemos convencer de la necesidad de rezar todos los días por la Iglesia y el Papa, por los obispos y los sacerdotes. ¿Pido a Dios sin cesar por la Iglesia? ¿Tengo al Papa presente en mis oraciones y sacrificios? ¿Me acuerdo de rezar por esos sacerdotes que tengo cerca y conozco, y por tantos otros? Rezar, rezar y rezar, para que se hagan verdad aquellas palabras: «Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella».

«Todos comentaban estupefactos: “¿Qué tiene su palabra?”». El Papa no es solamente un pastor universal que con su callado guía y conduce sabiamente la nave de la Iglesia. Es también un maestro que habla con el espíritu de ciencia y sabiduría en todo su magisterio, tanto en el ordinario como en el extraordinario. A él le encomendó Jesús que «confirmara en la fe a sus hermanos». Por eso, para estar firmes en la fe y unidos a Cristo, debemos conocer y leer lo que el Papa dice cuando habla como pastor y maestro supremo de la Iglesia. Tenemos un tesoro inagotable: encíclicas, exhortaciones apostólicas, homilías, catequesis, discursos… Y no sólo de Francisco, sino de Benedicto XVI, de san Juan Pablo II y de muchos más. Te sugieron un propósito concreto: amar al Papa, rezar por el Papa, leer al Papa. Porque hoy Cristo habla por la boca de Pedro.