Jueves 6-9-2018 (Lc 5,1-11)

«Jesús subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra». El Señor está rodeado de multitudes: enfermos, endemoniados, necesitados, sedientos de verdad, curiosos… Todo el mundo quiere oír el Evangelio de la salvación. Pero a Jesús no le bastan las multitudes anónimas que le acompañan a todas partes. Él quiere corazones generosos que le sigan de verdad, corazones valientes para estar con Él y para enviarlos a predicar. En el Evangelio de hoy asistimos a una escena maravillosa: Jesucristo se cuela en un alma y la va a conquistar para sí. Como siempre, comienza haciéndose el encontradizo. De lejos, ve primero una barca y unos pescadores. La llamada es siempre una eterna iniciativa divina; ¡Dios que se ha fijado primero en nosotros! Y así se acerca a Pedro, el pescador, en su vida diaria y corriente. Se acerca a su barca, a sus redes, a sus faenas. Ahí es donde por primera vez el apóstol se encuentra con el Señor. ¿No ves cómo se ha acercado también a ti? Entonces Jesús pide algo muy pequeño, casi insignificante: subir a su barca y alejarla un poco de tierra. Y el pescador responde generoso. Su primera respuesta, la primera de muchas.

«Dijo a Simón: “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”». Jesús ya ha conseguido subir a nuestra barca. Ya tiene un hueco en nuestra vida cotidiana, pero Él no se conforma con poco. Inmediatamente, comienza a pedir más y más. “Más” es una palabra que le gusta mucho al Señor. No tenemos nunca que dejar de preguntarnos en la oración que más nos pide Dios. Jesús le invita a Pedro: «rema mar adentro y echa las redes». Las razones (o, mejor, excusas) de Pedro parecen muy acertadas; él es el experto pescador que conoce el mar y los peces. Pero es valiente y se fía. No tiene miedo: «Por tu palabra, echaré las redes». Todo el diálogo es sobecogedor, como es sobrecogedora toda vocación. Cristo le hace ver al orgulloso pescador de Galilea quién es el que debe conducir su vida a partir de ahora. En el milagro de la pesca abundante le demuestra el fruto abundante de una vida entregada por amor.

«Dijo a Simón: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres”». Por fin, llega el momento definitivo: la llamada divina. ¿No escuchas tú mismo la voz que resuena sobre las olas del mar de Tiberíades? Como a Pedro, también nos llama a cada uno de nosotros. Cada uno en su orilla, con su propia barca. Jesús pasa por nuestra orilla, nos mira a los ojos y, sonriendo, pronuncia nuestro nombre. Tiene para ti una misión divina: ser «pescador de hombres». Hace 2.000 años hizo esta propuesta a un humilde paisano de Galilea. Una propuesta que le cambió la vida: «dejándolo todo, lo siguieron». Desde entonces, esa llamada sigue resonando en el corazón de todos los valientes, dispuestos a emprender una apasionante e inesperada aventura. Ganar almas para Cristo, ¿hay algún otro oficio mejor?