Comentario Pastoral

¿QUIÉN ES JESUCRISTO?

Es ésta la pregunta fundamental, de la que dependen la fe cristiana, la existencia de la Iglesia y la esperanza de la salvación. Es vital saber responder con exactitud. No valen definiciones aproximadas ni conceptos genéricos, como les pasaba a los contemporáneos de Jesús cuyas opiniones no eran coincidentes; le consideran como un Elías redivivo, como a Juan Bautista resucitado, como uno de tantos profetas que surgían en el pueblo para mantener la esperanza de la salvación definitiva prometida por Dios.

Después de veinte siglos Jesucristo es un gran desconocido para muchos hombres o un conocido imperfecto. ¿No será porque su figura histórica ha sido deformada de múltiples maneras, incluso en el seno mismo de la comunidad cristiana?

¿Quién es Jesucristo? ¿El rey de los judíos? ¿El hijo del carpintero? ¿El Mesías? ¿El purificador del templo? ¿Un revolucionario auténtico? ¿El varón de dolores? Jesucristo más que una pregunta difícil es la respuesta clara de Dios.

El misterio de Jesús se hace accesible en la confesión de fe de Pedro, tal como nos lo narra el evangelio de este domingo vigésimocuarto ordinario: «Tú eres el Cristo». Pedro manifiesta públicamente la novedad absoluta de Jesús, reconociéndolo como el Mesías prometido y presente. No era el Mesías revolucionario político, que iba a librar al pueblo elegido de la sumisión a la autoridad imperial de Roma, como lo esperaban los hebreos y lo presuponían incluso los mismos apóstoles. Jesús es el Mesías sufriente según la voluntad del Padre, el Mesías de la cruz.

Creer en Jesús supone una purificación contínua de la fe, superando reduccionismos sociológicos, empobrecimientos tradicionales y nostalgias míticas. La fe es vida, es pascua, es elección gozosa, es apertura a Dios infinito. La fe no nace de las obras, sino que florece en ellas. Por eso, creer en Jesucristo significa buscar el centro de todo no en uno mismo, sino fuera: en los otros y en Dios. Solo la fe que se expresa en el amor práctico y real podrá convencernos y convencer a los demás.
Creer en Jesucristo es encontrar la alegría de vivir, la verdad total, la esperanza del mundo, la paz en cualquier circunstancia, el freno a la locura colectiva. Jesús es la imagen de Dios invisible, el centro de la historia, la garantía de la eternidad.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Isaías 50, 5-9a Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9
Santiago 2, 14-18 san Marcos 8, 27-35

 

de la Palabra a la Vida

Les sucede a los discípulos con relativa frecuencia en el evangelio que olvidan para lo que ha venido el Señor. Hasta en tres ocasiones aparece el hecho de que Jesús les tenga que anunciar -o que recordar- que su destino conlleva la pasión, que la victoria no se va a realizar sin un auténtico abajamiento, que el Reino de Dios no se instaura sin que la semilla caiga en tierra y muera para que dé fruto.

Les sucede a los discípulos, pero nos sucede también a nosotros, por eso es que la Iglesia nos ofrece estos textos el día de hoy. Dios tiene una forma peculiar de ayudar a los hombres: ciertamente, y lo encontramos en el libro de Isaías, en la primera lectura de hoy, «el Señor me ayuda». Pero lo hace de tal manera que no le evita al hombre el sufrimiento. Su ayuda, su auxilio, no evita el padecimiento, ni la persecución, ni la humillación, ni el dolor, ni siquiera la muerte al propio Hijo.

La forma de ayudar ante esas circunstancias a los hombres consiste en abrirles el horizonte, en ofrecer un sentido con el que poder afrontar todas esas dificultades. Mientras que nosotros, los hombres, pensamos en ayuda habitualmente como omisión de todo esfuerzo, como negación de la realidad, como quitar de en medio todo obstáculo, lo que Dios ofrece es una mirada larga ante lo que sucede.

Por eso el Hijo se empeña en que tiene que padecer: Él no quiere un camino fácil, un camino que no se corresponda con lo que es la vida de todos los hombres, al contrario, quiere hacer ese camino entero, pero sabiendo de la presencia y de la fortaleza de la Trinidad en su acción salvadora.

Así, el siervo de Yahvéh, en la primera lectura, el Hijo, en el evangelio, ofrecen no solamente una visión plena del misterio de nuestra salvación, misterio obrado por el Hijo de Dios para nuestra salvación, sino que también nos recuerdan a nosotros, porque como a los discípulos, nos sucede que se nos olvida con frecuencia, que no todas las dificultades, no todos los sufrimientos, no todas las pruebas, se nos ahorran. Casi podríamos decir que la mayoría de ellas no se nos ahorran, no se nos eliminan de en medio del camino como si fueran algo que se aparta con la mano sin más.

Por eso, pensar como los hombres, no como Dios, es pretender vivir apartando las dificultades como si fuéramos intocables… ¡el Hijo ha querido padecer por nuestra salvación! Quizás nos toque ver, en nuestras dificultades, una forma de unión con la salvación del Hijo, «contemplarla», que diría san Pablo, en nuestras cosas, en nuestro tiempo. Por otro lado, pensar con Dios, no como los hombres, se hace yendo tras Jesús, no adelantándonos a Él. Ir en pos de Él conlleva ir como creyentes. Realmente, todos sabemos, en cualquier problema, cual es la solución más fácil y rápida, una acción milagrosa, poderosa de Dios que nos ahorre cualquier esfuerzo. Pero no se nos puede olvidar que ese no es el camino de Jesús, ni el de los discípulos, ni el nuestro.

Es un buen lugar la celebración de la Iglesia para poner esto a prueba. En la liturgia no me ahorro nada, ni un esfuerzo, ni una oración, ni un canto, ni la homilía… y así aprendo las formas de hacer de Dios. No sé yo más, no soy más listo, no hago como intenta hacer Pedro con Jesús, guiándole por otro camino: sé confiar, sé avanzar por el camino por el que avanza la Iglesia. Así lo aprendo, así ya no se me olvida luego, en nada.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

A pesar de todos los cambios sufridos a lo largo de los siglos, la peregrinación conserva en nuestro tiempo los elementos esenciales que determinan su espiritualidad:

Dimensión penitencial. La peregrinación se configura como un «camino de conversión»: al caminar hacia el santuario, el peregrino realiza un recorrido que va desde la toma de conciencia de su propio pecado y de los lazos que le atan a las cosas pasajeras e inútiles, hasta la consecución de la libertad interior y la comprensión del sentido profundo de la vida.

Como ya se ha dicho, para muchos fieles la visita a un santuario constituye una ocasión propicia, con frecuencia buscada, para acercarse al sacramento de la Penitencia, y la peregrinación misma se ha entendido y propuesto en el pasado – y también en nuestros días – como una obra de penitencia.

Además, cuando la peregrinación se realiza de modo auténtico, el fiel vuelve del santuario con el propósito de «cambiar de vida», de orientarla hacia Dios más decididamente, de darle una dimensión más trascendente.

(Directorio para la piedad popular y la liturgia, 286 II)

 

Para la Semana

Lunes 17:

1Cor 11,17-26.33. Si os dividís en bandos, os resulta imposible comer la cena del Señor.

Sal 39. Proclamad la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Lc 7,1-10. Ni en Israel he encontrado tanta fe.
Martes 18:

1Co 12,12-14.21-27a. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro.

Sal 99. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Lc 7,11-17. ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
Miércoles 19:
San Alonso de Orozco, presbítero. Memoria.

1Cor 12,31-13,13. Quedan la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.

Sal 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

Lc 7,31-35. Hemos tocado y no habéis bailado, hemos entonado lamentaciones y no habéis
llorado.
Jueves 20:
San Andrés Kim Taegon, presbítero, y san Pablo Chong Hasang, y compañeros mártires. Memoria.

1Cor 15,1-11. Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.

Sal 117. Dad gracias al Señor porque es bueno.

Lc 7,36-50. Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho.
Viernes 21:
San Mateo, apóstol y evangelista. Fiesta.

Ef 4,1-7.11-13. Él ha constituído a unos apóstoles, a otros evangelizadores.

Sal 18. A toda la tierra alcanza su pregón.

Mt 9,9-13. Mateo, sígueme. Él se levantó y lo siguió.
Sábado 22:

1Co 15,35-37. 42-49. Se siembra lo corruptible, resucita incorruptible.

Sal 55. Caminaré en presencia de Dios a la luz de la vida.

Lc 8,4-15. Los de la tierra buena son los que escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando.