Al releer el pasaje del Evangelio de Lucas que hoy se nos propone para nuestra reflexión se me vino a la cabeza un libro del Cardenal Van Thuan que lleva por título «Testigos de Esperanza, en este libro se recogen los ejercicios espirituales que este benemérito testigo de la fe predicó al Papa San Juan Pablo en el año 200, y me he acordado especialmente de un epígrafe del capítulo segundo del mismo, que tiene por título «los defectos de Jesús», recoge cinco defectos: Jesús no tiene buena memoria, no sabe de matemáticas, no sabe de lógica, es un aventurero y no entiende de economía. Estos defectos, en los que en alguna otra ocasión podemos ahondar, ponen de manifiesto algo que se encuentra en la raíz del mensaje de las bienaventuranzas y en con ellos en la base de la forma de vida que Jesús propone al cristiano, que suponen una forma de ser y estar en el mundo radicalmente opuesta a lo que  nuestra sociedad y nuestra cultura posmoderna nos proponen.

Que nuestra cultura es individualista, Jesús nos propone una salvación en común, que nuestra cultura tiene en el centro al «yo», pues el Evangelio nos habla en todas sus páginas de la generosidad, que nuestra cultura quiere imponer la ley del Talión y busca una justicia sin entrañas, pues el Señor nos habla de misericordia…

El mensaje de las bienaventuranzas es tan radicalmente opuesto a lo que normalmente vivimos y se nos propone como ideal de vida que deberían sangrarnos los oídos cuando lo escuchamos. ¿Pero y por qué no ocurre esto? Pues porque nos hemos acostumbrado, hemos escuchado tantas veces este texto, nos han predicado tantas veces sobre él que ya no nos sorprende, y esto es un gran problema para la Iglesia de nuestro tiempo, por lo menos en Occidente, las palabras del Evangelio las hemos cubierto de miel y de rutina y eso nos vuelve en demasiadas ocasiones tibios.

Pidámosle que al Señor en este día que la radical novedad del Evangelio nos entusiasme, y que seamos capaces de transmitir a la gente de nuestro alrededor no el aburrimiento de los textos y las normas cien veces escuchadas y no vividas, sino la pasión y el fuego que arden en el corazón de los verdaderos creyentes.