Sigo sin enfadarme con nadie, debe ser cosa de la vejez. Puestos a pensar alguna vez en que me enfadado recuerdo una vez que me enfadé con uno de los sacerdotes de la parroquia. Le había encargado una cosa, una cosa buena, pero justo antes de tener que hacerla me dijo que no, que yo le estaba organizando la vida y que eso que le había dicho no le gustaba ni le apetecía y que fuese yo si quería. Así que fui, pero al día siguiente le dije a solas que no se confundiese, que no éramos coleguitas ni estábamos en la parroquia para hacer “lo que nos apeteciera”, y que si le pedía algo como párroco y no era pecado, a obedecer y punto y si tenía objeciones que lo dijese antes, no justo cuando empezaba la actividad. En ese momento sí que estaba enfadado…., aunque mis enfados duran unos tres minutos. Cuando uno equivoca las relaciones suele meter la pata y no es fácil sacarla sin algo de humillación. 

« ¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?

Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de:

«Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos entonado lamentaciones y no habéis llorado”. Es decir, el señor nos dice: ¡Qué no te enteras!

Es bueno preguntarse de vez en cuando cómo creo yo en Dios. Porque puedo pensar que es un endemoniado que me lo prohibe todo, hasta el comer y beber, o la justificación de todos mis pecados que total…. “ya me confesaré”.

A Dios lo podemos tratar con respeto. Con tanto respeto que procuremos acercarnos poco a Él y siempre desde la formalidad. 

Podemos tratar a Dios con miedo, y acabamos huyendo de su presencia como Adán y Eva en el Edén para no recibir su mirada acusadora.

Podemos acercarnos a Dios de tú a tú, como si fuera un amiguete, un colega de la vega, pero que nos escuchamos más a nosotros mismos que lo que Él tiene que decirnos. 

Algunos llegan a Dios como quien llega a una conferencia, dispuesto a ver qué le cuentan, pero sin estar dispuesto a responder en nada con su vida.

Otros se acercan a Dios como se acercan a los mismos usuarios del Metro de todas las mañanas, no tenemos más remedio que acercarnos, pero preferimos no relacionarnos y vamos a Misa pero la Misa no viene a nosotros, no hay encuentro ni conocimiento.

Otros llegan a Dios como a la ventanilla de reclamaciones, y nada más acercarse a Él sacan la lista de reproches y quejas, sin esperar que se las solucionen.

Y otros se acercan como el asesino se acerca a su enemigo, dispuesto a blasfemar y atacar a sus amigos.

Podemos estar creyendo toda la vida y no enterarnos.

Vamos a san pablo. Con la lectura de hoy muchos se habrán acordado de su boda. Pero san pablo no estaba pensando en Cornelio y Crisógona que  iban a contraer matrimonio. San Pablo nos habla del amor de Dios a los hombres, y la única respuesta que el hombre puede tener hacia Dios: amarle. Así que ahora vuelve a releer la primera lectura y pregúntate: ¿Me acerco así yo a Dios?.

Si crees que no, no te asustes, no te preocupes. Con el rosario en la mano pídele a la Virgen que te enseñe a amar así a Dios y, de corazón a corazón, te enseñará. Entérate, vale la pena, no lo dejes para mañana.