Se habla mucho de perdonar, de la misericordia y de acercarse a los pecadores. Y es algo muy bueno. Hay personas especialistas en no perdonar jamás, en erigirse como dueños y señores de la justicia y denunciar a los corruptos y pecadores, sean o no sean presuntos. ¡Cuántos juicios se han sentenciado en la calle antes de que hable la justicia! Parece que lo de intransigentes con el pecado, pero misericordiosos con el pecador ha caído en el olvido…, y eso no es bueno. En la Iglesia todo se puede perdonar, y si hay delito habrá que cumplir la condena, pero todo es perdonable. Hasta Juan Pablo II perdonó al que intentó quitarle la vida. El otro día un Obispo, experto en causas de beatificación de mártires, nos contaba que el siglo XX ha sido el siglo en que se atestigua más mártires que antes de morir perdonaban explícitamente a sus asesinos, y pedían a sus familias que no guardasen rencor a los que les habían matado. No puso algunos ejemplos escalofriantes e la hondura de la fe en la vida eterna de esos hombres y mujeres que murieron por su fe.

«Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer el la que lo está tocando, pues es una pecadora». Simón, el fariseo, tenía razón, la que entró en su casa y se puso a lavar los pies de Jesús era una pecadora, no era un juicio temerario ni la juzgó por su aspecto, esa mujer, ciertamente, era una pecadora. 

Pero…

«¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco».

Y a ella le dijo:

« Han quedado perdonados tus pecados».

Era una pecadora que con ese gesto estaba pidiendo perdón. Porque si es verdad que siempre hay que perdonar, no es menos cierto que el pecador tiene que reconocer su pecado y pedir perdón para ser perdonado. El pecador no puede asentarse en su pecado y vivir como si nada estuviera pasando, afincado en una doble vida. Hoy muchos pecadores se sienten justificados en su pecado y por tanto no piden perdón. Un pecado objetivo les parece tan indiferente como llevar el pelo largo o corto. Olvidando que Cristo murió por nuestros pecados. Pasa mucho en el confesionario de parejas que llevan años viviendo juntos y se confiesan antes de casarse y no se acusan de haber estado conviviendo cinco años. Eso se lo justificaron ellos solos hace tiempo y no necesitan el perdón de Dios. Y así pasa en tantas y tantas cosas.

«Tu fe te ha salvado, vete en paz» Y se va a empezar una nueva vida, no a volver a su esquina. Sin embargo muchos no piden el perdón no porque no tengan sentido de pecado, sino porque ellos ya han justificado su forma de vivir, no tienen que pedir perdón y Dios tiene las manos atadas para perdonarles.

Por supuesto que Dios se acerca a los pecadores, los ama tanto como para entregar a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Y no nos abandona cuando somos pecadores, el Padre no se aleja ni un ápice del hijo enfermo, está dispuesto a sanar esa herida en cuanto se la enseñes, pero no puede hacer nada cuando le dices: “No me haces falta, ¡vete!” Entonces no hay amor y poco se perdón se puede recibir.

Tiempos revueltos, nosotros pobres pecadores, enseñemos nuestras heridas a la Madre del cielo y ella traerá  la Santísima Trinidad que cura, sana, devuelve la salud, la alegría y la esperanza y que consigue que la gracia de Dios, por su misericordia, no se frustre en nosotros.