Vivimos tiempos en que enseguida se arroja a la cara del otro un “y tú más”. Una vez me decían que los sacerdotes somos de cristal, la gente acaba sabiendo todo lo que hacemos y vivimos y, ¡Gracias a Dios! Quien tiene algo que ocultar es mejor que lo saque a la luz o lo limpie. Y lo mismo pasa con los que no son sacerdotes, ¡ojalá todos tuviéramos una vida sencilla y trasparente!

Pero hoy el mundo no parece ser así. Políticos, empresarios, deportistas, sacerdotes, famosos, casi cualquier persona está temiendo que le publiquen alguna de sus vergüenzas en cualquiera de los múltiples medios que hoy existen. Y mucho peor cuando las acusaciones son falsas, cuando se dice: “Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida.” Y se levantan falsos testimonios y calumnias.

«¿De qué discutíais por el camino?».

Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.

Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:

«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».

Cuando queremos ser importantes tenemos miedo de que nos destronen, nos derriben de nuestra altura. Cuando queremos servir podemos aprender a hacerlo mejor cada día, aunque en ocasiones nos equivoquemos sin querer o tengamos que aprender a hacer bien las cosas.

Cuando acogemos a los pequeños, a los niños, nos damos cuenta de que no suelen hacer las cosas por maldad, sino por ignorancia.

Lo que no es de recibo es querer mantener nuestra importancia usando las mismas armas del mundo, manejando y manipulando, amenazando o intimidando. El Hijo del hombre se entrega en manos de los hombres, no los coarta o intimida. No se trata de ocultar la verdad, ni decir que está bien lo que está mal, ni llamar virtud al pecado. Pero no podemos usar las armas del enemigo para buscar la virtud. Pues entonces: “Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencias y todo tipo de malas acciones.

En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera.

El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz”. Seamos sabios en la Iglesia, no entremos en juego necio del mundo.

El mundo está muy revuelto, María nos avisa mil veces que,  tratando a su corazón Inmaculado y rezando el rosario, nos traerá la paz de Cristo. Busquémosla.