Una vez más, nos encontramos ante este enigmático pasaje en el que nadie parece saber quién es Jesús. Ese hombre que realiza prodigios en medio de las gentes y que no parece querer acaparar para sí el poder, como muestra el hecho de que Herodes, a diferencia de su padre, no sienta amenazado su reinado. Por el contrario, una extraña fuerza dentro de él le animaba a intentar verlo, tal y como recoge el evangelista san Lucas.

De esta lectura ya sacamos un montón de preguntas que pueden servir para nuestra meditación de hoy, que podríamos acabar respondiendo de todo corazón quién es el Señor para nosotros. Quizás estés en un tiempo en el que sientes a Jesús muy cercano, en el que te des cuenta con mayor nitidez cómo camina a tu lado. O, puede ser, te encuentres exactamente en el polo opuesto. O no. Realmente da un poco igual cómo uno se sienta, pues la fe no depende de sentimientos ni de lo que otros digan sobre Jesús. Más bien, depende de haber experimentado la certeza en el corazón de que Jesús es el Señor, el hijo del Dios vivo, el Mesías.

Resuenan las palabras del papa Benedicto XVI en el primer punto de su encíclica Deus Caritas Est acerca de la respuesta que san Juan dará, ya de mayor, a esta pregunta sobre quién es Jesús, «hemos creído en el amor de Dios». Y dice que así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva», añade.

Por tanto, si has tenido la suerte infinita de este encuentro, da gracias por él y responde desde ahí. Y, si no, sigue buscando una respuesta, porque la encontrarás. Y, cuando lo hagas, exclamarás con Pedro: ¡Es el Señor! ¡Ánimo!