Hoy podemos gustar en las lecturas de la Palabra, algo que la liturgia no deja de expresar con sus símbolos y ritos: lo primero es Dios. Pero descubierto y vivido por decisión personal, no por imposición externa. Es lo que el gran santo que hoy celebramos en la Iglesia, descubrió después de un cierto tiempo. San Francisco descubrió el tesoro del que nos habla Jesús en el evangelio y “lleno de alegría, lo dejó todo por adquirir ese tesoro”. San Francisco es un hombre totalmente normal que busca la felicidad que todos anhelamos, no un «colgao» que hace locuras. De joven creyó que esta felicidad iba por el dinero y la vida de pura diversión que le proporcionaba. A decir verdad, disfrutaba del dinero que tenía su padre, que era un rico comerciante. Pero eso no le llenaba; seguir a Jesucristo le proporcionaba más felicidad.

Él fue una persona que miraba todo con la mirada de Dios, con mirada contemplativa. Las cosas no son meramente cosas, son criaturas hechas por Dios. Los hombres no son cosas son criaturas de Dios creadas a imagen y semejanza suya y, además, hijos de Dios en Cristo, con lo que San Francisco descubre a los hermanos por los que dar la vida como hizo Jesucristo. La cruz de Cristo es nuestra gloria, es el amor que el nos ha entregado para que lo vivamos entre nosotros. San Francisco meditaba esto y se gloriaba en la cruz.

Jesús envió a los discípulos a anunciar el Reino con una vida entregada en el amor, así, entendemos el por qué de los consejos e instrucciones que les da. Y sólo desde el amor a Dios y a los demás se puede entender como lo vivía también Job. Nosotros, ¿vivimos así? ¿Es nuestra cruz motivo de entrega en la alegría o queja y victimismo permanente?

Destacamos estos rasgos de San Francisco de Asís cuya memoria celebramos hoy para ayudarnos a profundizar en la Palabra de esta liturgia. ¿Es el Señor el primero en tu vida? ¿Vives contemplando el mundo, lo cotidiano? ¿Aceptas tu cruz desde la alegría de seguir a Jesús? ¿Lo anuncias con tu testimonio?