Es maravilloso observar el rostro de las personas que se han encontrado con el Señor y les esta cambiando la vida. La luz, el gozo, la sorpresa, la novedad que expresan, etc, son síntomas de la felicidad que está entrando en sus corazones. Todo va a mejor y te sientes flotando en el camino  de la vida, como si te llevaran. Son las consecuencias de la conversión que te está transformando y de hacer lo que el Señor te vida. Vivir los mandatos del Señor, hacer lo que nos dice nos hace descubrir la fuerza y las maravillas que Dios obra en el mundo. Ahora entendemos, ahora sabemos de verdad, porque la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes.

Así se sintieron los setenta y dos cuando volvieron de la misión que Jesús les había encomendado. Fueron testigos de la acción de Dios a través de ellos y no podían parar de disfrutarlo y contarlo. Así se sintió Job en la primera lectura de la liturgia de hoy: te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento. Después de todo lo vivido con fe y esperanza, del sacrificio paciente que hemos ido leyendo en estos días, ahora vienen las consecuencias, la recompensa de Dios, el Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio.

No te eches atrás, no te desanimes, no te desesperes, no caigas en la trampa de la zozobra. Así será también contigo, tú que vives con fe y confianza plena en Jesucristo. Sigue buscando su voluntad, sigue entregándote a los demás. Da sin pedir nada a cambio. No dudes en acoger su voluntad. Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo, y esto es lo más importante y valioso que podemos tener. El amor, la ilusión, la esperanza y los desvelos que vivimos tienen sentido y de una forma que nos llevará a la plenitud.