“El Buen samaritano” de Van Gogh es uno de esos cuadros maravillosos que ayudan a comprender con mayor hondura el Evangelio. Quizá no sea de sus obras más destacadas, pero el resultado del lienzo se asemeja mucho a la provocación del Señor con la parábola. Pertenece al lote que el artista pintara en su época de Arlés, cuando necesitaba la presencia de Dios para darle calma y sentido a su enfermedad. El Evangelio de hoy se resume magníficamente en el trazado febril del holandés.

Cuando el Señor habla de la acción del buen samaritano no se refiere a un acto virtual, de lejos, una especie de consejo de experto a quien lo necesita, o un whatsup oportuno. Aquí hay un contacto carnal entre dos personas que se encuentran en mundos diferentes, la salud y la enfermedad, y sin embargo se aprecia una fusión tan admirable que el resultado pudiera simular un personaje mitológico de dos cabezas. El enfermo está arriba, en la cabalgadura, como un príncipe aupado. El samaritano es la columna del enfermo, sin él se vendría abajo. Cuando entramos en la habitación de un enfermo, nos produce tal desasosiego su hábitat de pastillas y olores sin ventilar, que optamos por la distancia y el poco tiempo, que más nos vale poner lejos todo aquello para no caer en su abismo de mal rollo. Pero el Señor dirige la atención del relato al instrumental del samaritano, “vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino”. No le tocó levemente en el codo y le dio buenos ánimos, ni le largó una moneda para que pudiera buscar una ayuda tercera. Aquí el samaritano frena en seco y se remanga, ¿no hizo lo mismo el Señor en la Última Cena?, se quedó en el suelo, y allí puso una palangana dorada debajo de los pies de cada uno de sus apóstoles. Es la postura profundamente humana, la que Dios usó para abrirnos el corazón y enamorarnos de Él.

Cuando el Señor dice al final de su historia al doctor de la ley que se vaya y haga lo mismo, se lo cuenta al lector de todo tiempo. Y no para que reproduzca una acción moral o caritativa, porque la acción amorosa de desvivirse por el necesitado es acción divina. Se acabó la creencia en el cristianismo como pura ética, Dios ha venido a la tierra y es nuestro samaritano bueno. La cabeza del samaritano que sobresale del cuadro de Van Gogh es la de Cristo y yo soy el aupado, y los dos somos un solo ser, y se me pide a mi que sea otro Cristo, y que haga lo mismo…