Últimamente hago una propuesta a los jóvenes que no sé si me la van a cumplir. Les pido que guarden todos los días silencio profundo delante del Señor en la Eucaristía, poco tiempo, pero sin descuidar la cita. Les sugiero que lo hagan sin moverse, sin libro, sin música, dejándole entrar por todas las estancias del alma, que no son pocas. Les digo que el secreto de la vida es dejarse habitar por Dios, pero son reacios a los silencios, para ellos son agujeros negros que absorben toda la negatividad de su galaxia. A las generaciones de hoy el silencio no les sujeta, pero es que no tenemos otra vía de acceso a Dios que regalarle un tiempo en blanco para que pueda ocuparlo. Me encanta María, está a los pies del Señor, no sentada en el sofá frente a Él, sino a sus pies, como el que está a gusto y olvida una hospitalidad de corrección. Marta no es que haga mal, es que está ajena al huésped, su objetivo es hacer las cosas bien, no gastar su tiempo con quien puede darle lo que pide su corazón.

Delante del Señor hay que estar a pelo, como los pobres. El otro día entré en una capilla con el Señor expuesto, una posición muy provocadora que sitúa al creyente en una actitud similar, porque o vives la fe expuesto o con tiento, guardándote la ropa. Delante de mí se arrodilló una chica joven que dejó en el banco un cuaderno, un rotulador de tres colores, una agenda, un libro de lectura, el Evangelio para cada día y otro cuaderno mucho más pequeño que el primero. Aquello más que una cita con el Dios de la sorpresa, parecía una cacería con exhibición de modelos de trampas. A Dios no se le atrapa, Dios es el visitador no oficial que cuando menos esperas se posa en el hombro, como se dice bellamente en el libro del profeta Isaías: “me dejé encontrar por los que no me buscaban”.

Pero volvamos a la posición de María. Está quieta, y es crucial rezar muy quietos. La determinación de no moverse indica una atención del cuerpo que huye de una posición desatenta. El que no se mueve no se deja llevar por la solicitud de las pequeñas distracciones, como rascarse aquí, o mover libremente una mano, o suspirar como si fuera el último estertor de la vida. Es el mismo ejercicio que deberíamos hacer en nuestra vida ordinaria. Ser contemplativos en el mundo es un cambio de posición del alma para no dejarse penetrar por el millón de solicitudes que nos llueven de fuera.

Ponte hoy a los pies del Señor, quédate quieto, “con una paciencia que espera, y una espera que escucha” (Oscar Milosz)