Las lecturas continuas de hoy vienen como anillo al dedo para la memoria que celebramos: el papa más visto y tocado en la historia de la Iglesia. Me refiero a visto y tocado “en persona”. Sus muchos años de pontificado y sus 104 viajes apostólicos a 139 países acercó a la gente la persona del pontífice en una escala desconocida hasta la fecha. Fue un papa viajero que salió al encuentro de los cristianos y gentes de bien de todo el mundo.

Su elección en 1978 fue sorpresa mayúscula: el apellido Wojtyla no sonaba a nadie. Ahora, en cambio, aquél cardenal convertido en Juan Pablo II forma parte de nuestras vidas y memoria. Al menos este cura que escribe vio crecer su vocación al ritmo de las JMJ que creó el papa de los jóvenes. Y seguro que a ti, querido lector, te vendrán a la memoria innumerables recuerdos del papa viajero. Medítalo hoy, y da gracias a Dios de haber podido conocer a un santo gigante. Pidámosle especialmente por los frutos del Sínodo de los jóvenes que está teniendo lugar en Roma.

Su primera encíclica fue Redemptor Hominis, donde presentaba a Cristo como salvador universal. La lectura a los efesios de hoy nos lo recuerda claramente: habla del pecado y del libertinaje; habla de la redención en Cristo que nos libera; habla de misericordia y de amor; habla de resurrección; incluso se adelanta a la eternidad y afirma que “nos ha sentado en el cielo con Él”. Al fin y al cabo, esa es nuestra herencia si vivimos fieles a Cristo. Juan Pablo II nos pidió que no tuviéramos miedo, ¡que abriéramos de par en par las puertas a Cristo redentor!

San Pablo escribe: “Dios, rico en misericordia”. El papa polaco universalizó la devoción a la Divina misericordia, y en la víspera de ese domingo, el segundo de Pascua, se marchó a la casa del Padre y nos dejó como huérfanos a muchos. Al menos fue la sensación que tuvo quien escribe: no había conocido otro papa, y al marcharse, pensé que se acababa el mundo.

El Papa Francisco afirmó en su canonización que Juan Pablo II querría ser recordado como el papa de las familias, a las que puso el reto de ser las pioneras de la nueva evangelización. Se esmeró en el estudio de la naturaleza humana a la luz del acto creador de Dios: “El Señor nos hizo y somos suyos”, como afirmamos hoy en el salmo. El hombre y la mujer, a imagen y semejanza de Dios, manifiestan la grandeza del amor de comunión como la vocación esencial de toda persona. Como diría Sta. Teresita del Niño Jesús: nuestra vocación es el amor. Juan Pablo II estudió especialmente el libro del Génesis, y descubrió en el acto creador de Dios el comienzo de esta aventura de amor, que llega a plenitud en el nuevo Adán, Cristo: “nos ha creado en Cristo Jesús”, afirma hoy San Pablo.

Pidamos a san Juan Pablo II un corazón grande, capaz de descubrir nuestra vocación al amor, a ser fecundos en obras y palabras, a transmitir mucha vida a los que nos rodean. Que la codicia no nos robe vida —como indica el evangelio de hoy—, sino que unidos a Jesús, nuestro gran tesoro, sopesemos los bienes terrenales teniendo siempre en cuenta los eternos.