El martes pasado hicimos varias consideraciones sobre la paz y la unidad universal que trae Cristo. El Evangelio de hoy nos lleva un poco más allá y nos permite profundizar alguna de las ideas que allí vimos.

Son expresiones muy extremas, muy pasionales las que recoge hoy el evangelista san Lucas: varias admiraciones, una pregunta inquietante respondida de un modo contundente. Cristo subraya lo que quiere transmitir a sus oyentes para que lo retengan en sus mentes y mediten sobre ello.

Las expresiones de Cristo manifiestan el celo de Dios y su interés por nosotros. Como afirma el salmo, “los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia”. Desea llenarnos de su vida superabundante y ayudarnos a caminar rectamente, recorriendo un itinerario que nos lleve a la perfección. Pero ha de pagar un precio por ello: el bautismo. Alusión a la cruz, a la introducción en el reino de la oscuridad y la muerte, en la que va a asumir su tarea de redentor universal.

Lo más paradójico es que el fuego divino, en referencia al Espíritu Santo, será no obstante causa de división porque manifestará más claramente la verdad divina a algunos corazones, mientras que para otros esto supondrá desnudar su maldad. Y en un mundo tan acosado por la mentira y la perversidad, la luz no pinta nada. Es una mala noticia.

Y sigue siendo una pésima noticia en tantos corazones que el mal y la división estén presentes en este mundo cuando en realidad ya ha sido redimido. En catequesis es lo que decimos a los niños: Dios es bueno, ha muerto en la cruz y nos ha salvado. La eterna cuestión sobre Dios como sumo bien y el pecado como su némesis. ¿Por qué si Jesús trae la paz, la unidad y la salvación, nos deja en herencia un aviso sobre división y persecución? ¿No es Él Dios y puede arreglarlo todo? De hecho, tenemos que afirmar que lo ha arreglado todo, pero a su modo, no al nuestro. Y esto es lo que nos cuesta tantas veces entender. Su “modo” ha sido la cruz. Su modo es la misericordia y el perdón. Su modo es la paciencia. Su modo es la rectitud y la sencillez. Su modo es la pobreza. Su modo es, en definitiva, las bienaventuranzas.

El otro día hablé de nuestra estancia en Jerusalén y el ambiente algo raro para tratarse de la ciudad de la paz. En tiempos de Cristo las circunstancias eran otras: no había musulmanes pero estaban bajo la bota romana (o sandalia, mejor dicho); los judíos tenían su templo y acudían a él para adorar a Yahveh. Pero ¿había unidad y paz entre los judíos? No. Entre ellos también había rencillas, intereses, corrupción. Y Cristo lo denuncia. Dos mil años después, en Jerusalén no hay templo judío, sino una mezquita; hay cristianos, pero demasiadas confesiones en un mismo templo; incluso los judíos siguen también con sus intereses contradictorios luchando entre sus múltiples facciones. Dos mil años después, todo sigue siendo un galimatías, si lo miramos desde este prisma.

En cambio, el fuego de Cristo ha ardido en infinidad de corazones cuyo lema vital es servir fielmente a su causa, viviendo discretamente su entrega a Dios y a los demás. Esta vida supone también vivir de modo diferente, con criterios muchas veces diferentes, y rompiendo moldes que para muchos son líneas rojas. El papa Francisco tiene amigos judíos y musulmanes, ateos y de otras confesiones cristianas. Así es Buenos Aires: un complejo cruce de culturas al otro lado del charco. Pero así es el mundo entero. Hay personas que “comprenden” a Cristo y otras que no. A Jesús hay que comprenderle, y no es tarea fácil. Ojalá nosotros seamos de los primeros. Y que por ello cojamos la cruz que nos toque vivir con una inmensa alegría, imitando a Jesús.

Él ha vencido y ha traído el fuego del amor de Dios. Lo que ocurre es que muchos corazones no están preparados para entenderlo y vivirlo: siguen anclados en las pasiones humanas que generan toda división. Y el Señor vuelve a repetir: “¡cuánto deseo que ya esté ardiendo!”

Debemos rezar por la unión: ser orantes de la unidad. Hace mucha falta, y Cristo sigue con el mismo ansia, queriendo que arda todo el mundo. En diciembre se celebra el Madrid el encuentro europeo de jóvenes organizado por Taizé. Un ejemplo práctico de caminos que nos llevan hacia la unidad de aquellos que conocen y comprenden a Cristo (y además, son cristianos).