san Pablo a los Filipenses 2, 1-4

Sal 130, 1. 2. 3 

san Lucas 14, 12-14

Los cristianos de Filipos habían enviado una ayuda a san Pablo cuando estaba en la cárcel. El apóstol, agradecido, les escribió esta carta, que se suele datar en Roma hacia el año 63. Cuando la leemos descubrimos el corazón paternal de Pablo. Le han enviado una ayuda, que el agradece, ya que es signo del amor que le tienen. Pero san Pablo, como haría una madre o un padre de familia dirigiéndose a sus hijos, les señala algo que quiere más: “manteneos unánimes y concordes con un mismo amor”.

Al leer estos fragmentos de la carta no dejamos de emocionarnos, porque nos muestran la grandeza del corazón de un pastor. Él, que tanto amaba a Cristo, extendía ese amor a todos los cristianos y también, lo sabemos por sus correrías apostólicas, a todos los hombres. Y fijémonos e que manera lo quiere san Pablo, que sufre tribulación en ese momento: “si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor…” Es decir, la unidad de los Filipenses, formando una verdadera comunidad cohesionada por el amor mutuo, lo que han de hacer es quererse. Ese es el consuelo más profundo que desea san Pablo, y es también el consuelo que recibirá de Cristo. Porque la unidad de los cristianos y el amor mutuo es signo de la pertenencia a Cristo. El Apóstol podía haber pedido muchas otras cosas. Quizás nosotros, en una situación parecida, hubiéramos dado preferencia a otros servicios (una ayuda material, una visita,…). Pero el tiene un corazón puesto totalmente al servicio de la Iglesia y del evangelio. Y expresa lo que es la verdadera razón de su alegría: que se manifieste la salvación de Cristo en aquellos hombres y mujeres.

El lenguaje y las peticiones le salen de lo más hondo y se dirigen a lo más íntimo de sus destinatarios (por eso les dice “si tenéis entrañas de misericordia”). Son las palabras de un verdadero padre y modelo para todo sacerdote y para quienes se dedican al apostolado. San Pablo siempre, incluso en esa situación, antepone el bien de la Iglesia y de los cristianos a su propia comodidad. Es más aprovecha las ocasiones en que pueden ayudarle para que ellos crezcan en la unión con Dios y entre ellos.

Lo que sigue en el fragmento que hoy escuchamos es una glosa de su deseo principal. Son una serie de indicaciones para que puedan perseverar en la unidad y el amor, que nos pueden servir a todos nosotros. Así, por ejemplo, les exhorta a no dejarse llevar por la envidia y a obrar con humildad, o les pide que en todo antepongan los intereses de los demás a los propios. Tienen esas palabras una especial fuerza porque no son los consejos de un moralista, sino que son dados por quien antes los ha mostrado en su propia vida. Y aquí tenemos otro ejemplo para todos nosotros, porque la predicación de san Pablo no se limitaba a sus palabras o cartas, sino que iba siempre precedida por su propia vida. No se trata de que el Apóstol no tuviera también sus limitaciones, como él reconoce en otros escritos, sino de que luchaba para dejarse transfigurar totalmente por Cristo. Por eso sus palabras nunca sonaban superficiales, sino que siempre tenían la fuerza de quien experimentaba su verdad en su propia vida.

Pidamos a la Virgen María que nos alcance de su Hijo el mismo amor que tenía san Pablo por Jesucristo y por la Iglesia.