san Pablo a los Filipenses 2, 5 11

 Sal 21, 26b-27. 28-30a. 31-32 

san Lucas 14, 15-24

San Pablo nos conduce a un conocimiento de Cristo que empieza por su naturaleza divina. Así va a mostrarnos que aún es más maravilloso todo lo que va a recordar. Porque quien era Dios asumió la condición de hombre (se rebajó), y aún después siguió descendiendo en su humildad para entregar su vida por nosotros con una muerte que conjugaba el sufrimiento y la ignominia (la cruz).

En el contexto de la carta descubrimos que san Pablo no está haciendo simplemente una indicación para decirnos que seamos buenos, sino que nos dice que hay un modo propio de comportarse que corresponde a la identificación con Cristo. Existe la tentación a creerse superiores, a querer mantener una vida religiosa que no nos suponga ninguna humillación a favor de los demás. San Pablo nos recuerda que todo verdadero amor pasa por abajarse.

Fijémonos en que el Apóstol utiliza un lenguaje sorprendente. Así, por ejemplo, dice que Jesús “tomó la condición de esclavo”, o que “se hizo obediente”. Ser esclavo significa someterse al deseo de otro. Cristo se somete a nuestro deseo de felicidad, enturbiado por el pecado, para que este pueda cumplirse verdaderamente. Queremos ser felices y no sabemos como hacerlo. Nuestro camino de felicidad está marcado por el capricho y el desorden. Jesús se rebaja para sanar nuestro corazón y, siendo obediente la Padre, nos conduce a nosotros a la obediencia. Con la paradoja de que nuestra obediencia a Dios supone también nuestra felicidad.

Pidamos la intercesión de la Virgen que también alcancemos una identificación tan grande con Cristo.