Leemos hoy, en la primera lectura, un fragmento de la carta que dirige san Pablo a su discípulo Tito. Forma parte de las epístolas llamadas pastorales. San Pablo, comentando a san Pablo señala que todas sus cartas tratan sobre la gracia. E indica que las cartas a Timoteo y a Tito se refieren a la gracia que Dios da a los ministros y a cómo estos deben modelarse según ella. Ciertamente la santidad subjetiva del ministro es muy importante, aun cuando el valor de los sacramentos que administra no quede condicionada por esta. Era tanta la preocupación de Pablo por su discípulo que desciende a detalles muy concretos. Así, por ejemplo, después de decirle que debe hablar “de lo que es conforme a la sana doctrina”, se refiere a qué debe decir a los ancianos, a las ancianas y a los jóvenes de su comunidad. En esto san Pablo se comporta como el hombre con experiencia que instruye a quien se inicia en las tareas pastorales. De hecho siempre se ha dado el consejo, a los sacerdotes jóvenes, de atender al criterio y a la experiencia de los mayores. No sabemos si Tito acudió a Pablo para preguntarle pero, en cualquier caso éste no puede dejar de preocuparse por quien fue discípulo suyo y al que ahora, ya obispo, llama hermano.

El apóstol incide en la predicación. Si recordamos, en la carta a los Corintios, san Pablo hacia gala de que no había bautizado a muchos, porque él se sentía llamado, sobre todo, a bautizar. Parece que esa misma prioridad transmite a Tito. San Pablo no desprecia los sacramentos. Sus cartas están llenas de profundas reflexiones, señalando su importancia, sobre el bautismo, la eucaristía o el matrimonio. Pero se da cuenta de que junto a la acción santificadora que obra por los sacramentos, es necesaria la instrucción de los fieles mediante la predicación y la catequesis.

Pero san Pablo no sólo le dice que en la enseñanza ha de ser “íntegro y grave, con un hablar sensato e intachable”, sino que en el hecho mismo de instruir a Tito lo pone como referente de toda la comunidad. Con su palabra y su ejemplo de vida ha de mover a toda la comunidad, de manera que su misma vida sea argumento para convencer sobre sus palabras. Por eso añade el Apóstol, “para que la parte contraria se abochorne no pudiendo criticarnos en nada”. Si para todos los cristianos es importante reflejar en el comportamiento lo que confesamos por la fe, de manera más especial lo es para los sacerdotes y para todos aquellos en los que los demás, de una manera especial, reconocen a la Iglesia.

Pero la argumentación de Pablo no cae en un moralismo. No se trata de que nos vean como buenos por una estrategia humana, sino de que ha acontecido nuestra salvación gracias a Jesucristo. Por eso Él es el centro de todo y el modelo a seguir. De hecho san Pablo nos dice que todo lo que pide es “porque ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres”. De ahí que la conducta de todos, fieles y ministros, ha de ser reflejo de esa salvación, ya operativa en nosotros, pero que se abre a la humanidad entera. Cristo, recuerda san Pablo, se ha entregado por todos nosotros para liberarnos de la impiedad. La verdadera religión, que pasa por la adhesión al Señor, conlleva una nueva forma de vida que se manifiesta también en la conducta exterior y en la abundancia de buenas obras.