Esta breve carta escrita por san Pablo forma parte del canon de la Biblia. De hecho es una carta personal enviada por al Apóstol a un amigo suyo. Sin embargo su enseñanza, inspirada por el Espíritu Santo, es también para todos nosotros. Una primera reflexión sobre este hecho es como todas las acciones de una persona, cuando vive para Dios y deseando cumplir su voluntad, pueden resultar útiles para los demás. Si el Señor quiso servirse de un hecho puntual para comunicar su revelación, también puede valerse de nuestra cooperación para que mostremos su amor a los demás. En cualquier caso, Pablo era un hombre que deseaba ser todo para Cristo, y le había entregado su corazón.

Onésimo era un esclavo que había huido de casa de su amo, Filemón. Muchos dicen que serían de la ciudad de Colosas que había sido evangelizada por los discípulos de Pablo. Sin embargo Onésimo había encontrado la verdadera libertad al conocer a Pablo, que se encontraba encarcelado en Roma. Esa libertad fue para él el bautismo. De manera que tras conocer a Cristo es capaz de volver a su casa por su propio pie. Ha conocido algo mucho más grande que la libertad de movimientos; la que nos da Cristo.

En la carta san Pablo pone en juego todo su espíritu paternal. Realmente el amaba a cada uno de los que evangelizaba como verdaderos hijos. Hay como una participación en la paternidad de Dios, y en el amor de Cristo quien nos ha hecho hijos de Dios por su muerte y resurrección. Ese hecho es muy grande y da para meditarlo profundamente. Porque el lenguaje de Pablo no es postizo sino que nace de una vivencia interior muy intensa. Verdaderamente cuando alguien es bautizado se produce una transformación de esa persona, que abandona su anterior condición para ser una creatura nueva. Por eso Onésimo es aquí tratado como hijo.

El apóstol aprovecha ese hecho para llegar al corazón de Filemón. El bien que ha vivido Onésimo debe también comunicarse a los demás. Por eso, haciendo referencia a la libertad del esclavo apela también a la libertad de Filemón. No quiere que actúe movido por la fuerza sino que se deje guiar por la verdadera caridad. Así san Pablo también le muestra en que consiste la auténtica libertad, que consiste en no estar esclavizados por el pecado y poder ejercer la caridad para con los demás. Por eso ahora ha de recobrar a Onésimo no como esclavo sino como “hermano”.

La lucha de los primeros cristianos contra la esclavitud no fue mediante reformas sociales que, por otra parte, no podían promover. El mismo san Pablo escribe desde la cárcel. Y es sabido que hasta muchos años más tarde no tuvieron influencia. Sin embargo el cristianismo ha resultado decisivo para comprender que toda persona tiene dignidad por sí misma, y que nadie puede ser sometido al deseo de otro. Esa lucha por la defensa y dignidad de toda persona se ha ido realizando en el tiempo. En algunos países perduró hasta muy tarde. Cualquiera que penetre mínimamente en las enseñanzas de Jesús se da cuenta de que es incompatible con sus enseñanzas. La transformación de los corazones por la gracia, y que después la doctrina cristiana fuera impregnando los ordenamientos sociales y civiles hizo que finalmente desapareciera toda forma de esclavitud.