Hay quien se dedica a calcular el día del fin del mundo. Algunos incluso se apoyan en un texto en el que el Señor dice que no podemos saber el día ni la hora pero, como no dice nada del año, vaticinan el que ellos creen apropiado. Sin embargo no sabemos ni la fecha del fin del mundo ni, tampoco, el día en que cada uno de nosotros será llamado y comparecerá ante el Señor.

Pero, de las palabras del Señor no hemos de deducir incertidumbre. Bien al contrario, nos inducen a plantear toda nuestra vida de otra manera. El texto de hoy es claro: “El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará”. Es una llamada a vivir fuera de todo cálculo y eso se da en la gratuidad.

Por una parte el Evangelio de hoy nos advierte de que no hemos de vivir regaladamente. Hay modos de existencia que embotan el espíritu e impiden estar atentos a las cosas verdaderamente grandes. Parece que llenan de sentido nuestra existencia pero sólo reducen nuestro espíritu. Por el contrario el amor ensancha el alma y la dispone para el gran don de la vida eterna. El amor hace crecer al hombre. Y ese amor se manifiesta en la gratuidad.

Lo que Jesús nos pide no surge espontáneamente de nosotros. Algunos hemos tenido la suerte de ver, en personas concretas, un amor totalmente desinteresado. Por lo general todos tenemos el testimonio de nuestros padres y, quizás, de algún amigo. Pero la verdadera escuela del amor totalmente desinteresado es el Corazón de Jesús. Pienso mucho en aquellas palabras que recoge el evangelio de san Juan justo después de narrar la lanzada. Dice: “mirarán al que han traspasado”. Al mirar a Jesús herido en la Cruz vemos su corazón amante. Allí Jesús ya está muerto, pero después, de su herida sale sangre y agua. Es un signo de la fecundidad de su muerte. Ha entregado su vida por nosotros en un hermosísimo gesto de amor. Nos ha amado con total desinterés y, ahora, de su costado abierto, vienen hacia nosotros los dones de la vida nueva. Allí aprendemos lo que significa perder la vida y recobrarla.

Se dice de nuestra época que vivimos muy rápido, acelerados. Pero en ese correr de nuestro tiempo, que siempre nos parece poco, hemos de descubrir lo que llena de sentido cada instante. Sólo Dios hace que cada momento valga la pena y, cuando nosotros lo vivimos con Él, entonces siempre es tiempo ganado.

Pidámosle a la Virgen María que nos introduzca en el misterio de su Hijo para que la vida no se nos pase; que en cada instante podamos experimentar el amor infinito de Dios y corresponderle con el nuestro.