Miércoles 21-11-2018, XXXIII del Tiempo Ordinario (Lc 19, 11-28)

«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después». Jesús salió resueltamente de Jericó y se encaminaba hacia Jerusalén, en las últimas jornadas de camino. Podemos imaginar la expectación y el nerviosismo creciente de los discípulos conforme se acercaban a la Ciudad santa. Por eso, cerca ya de Jerusalén, muchos «pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro». Y así, el Señor les habla con una parábola sobre el misterio de su segunda venida al final de los tiempos. Él es aquel noble que se marchó a un país lejano para conseguir el título de rey. Él, Jesucristo, con su Resurrección, glorificación y ascensión a los cielos, se ha “marchado” para sentarse a la derecha del Padre y convertirse así en Rey del Universo. Él es Rey, ciertamente, pero aún no se ha manifestado del todo. Su Reino no es de este mundo, y el Señor todavía tiene que volver en gloria y majestad. Sólo entonces despuntará el Reino de Dios en toda su gloria y potencia. Sólo entonces se verá cuál es el designio definitivo de Dios para ti y para mí, para toda la humanidad, para la creación entera. Pero esto sucederá sólo entonces. Mientras tanto, el Reino de Dios se encuentra en germen, oculto y escondido, esperando a que Él vuelva.

«Les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”». Y, mientras el Señor no vuelva, ¿qué haremos nosotros? Podemos quedarnos sentados mirando al cielo esperando quietos a que Cristo venga glorioso; o quizás nos olvidemos de que va a volver y vivamos según aquello de “comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Pero no es este el sentido de la parábola. El Rey se ha ido, pero volverá. Y, mientras tanto, nos ha dejado a nosotros como administradores de este mundo. Pero somos eso, administradores, sus empleados; porque el mundo no es nuestro, sino suyo. Él nos ha confiado a cada uno una onza de oro: tu familia, tu mujer, tu marido, tus hijos, tu trabajo, tus amigos, tu fe, tu parroquia… Son un regalo del Rey que Él ha puesto en tus manos. Una mina de oro equivaldría hoy aproximadamente a 25.000 €, así que no es poca monta. Mira la cantidad de bienes que Dios te ha dado para que los administres, cuides y aumentes a lo largo de tu vida. No podemos permanecer quietos viendo la vida pasar: «Negociad», trabajad, ese es el mandato de Jesús.

«Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades». ¡El mundo está en nuestras manos! Pero no olvides que el Rey va a volver y pedirá cuentas de lo que nos ha dado. Porque, al fin y al cabo, todos esos bienes no son nuestros, sino suyos. Por eso, esta parábola nos debe llevar a estar atentos y vigilar, porque quizás estemos desperdiciando tantos talentos que Dios nos ha regalado. Quizás no estemos haciendo fructificar y crecer los dones de Dios. A lo mejor nos hemos olvidado de que somos meros administradores, de que tenemos que trabajar para Dios, no para nosotros mismos. Piensa en esos regalos de Dios: familia, trabajo, tu misma fe, tantas personas… ¿los tienes escondidos, guardados en un pañuelo, descuidados? ¿o estás haciendo todo lo posible para que cada día crezcan más y más? Porque el Rey se ha ido, pero volverá «para enterarse de lo que había ganado cada uno». Y ojalá escuchemos entonces de sus labios esa alabanza, al darnos la entrada en el Paraíso: «Muy bien, eres un empleado cumplidor».