Domingo 25-11-2018, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo (Jn 18, 33b-37)

«Dijo Pilatos a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”». Nuestra contemplación del Evangelio debe comenzar siempre metiéndonos en la escena como un personaje más. Entra en el Pretorio de Jerusalén, quizás sin ser visto, y contempla la escena: mira a Pilatos, mira a Jesús. Cristo está preso con gruesas cadenas, como si fuera un peligroso asesino. Ha recibido ya burlas, golpes y escupitajos de los sacerdotes y guardias del templo. Su rostro ya ha sido desfigurado por una bofetada sin compasión. Además, este criminal acusado está solo, abandonado de todos sus seguidores y amigos. No tiene fuerza, ni armas, ni ejército, ni secuaces. Está solo e indefenso. No tiene ninguna corona, no hay cetro en sus manos ni manto que cubra sus hombros, no hay una corte que haga reverencias al rey. Nos sorprende muchísimo la pregunta de Pilatos: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Es evidente que semejante fracasado no puede ser rey. Rey, ¿de dónde? Rey, ¿de qué súbditos? Rey, ¿con qué poder?

«Mi reino no es de este mundo. (…) Tú lo dices: soy rey». Hoy toda la Iglesia celebra que Jesucristo es el Rey del Universo. Él mismo lo reconoce: «soy rey». Acuérdate de aquellos días en los que las multitudes seguían a Jesús, cuando multiplicaba los panes y los peces, cuando querían aclamarlo como rey. En aquella hora, el Señor rechazó ese título y rehusó todo honor. Ahora lo proclama abiertamente. Él es el Rey. Pero es Rey de un modo distinto, nuevo. Es Rey en la Cruz, en el sufrimiento por amor hasta el final. Es Rey en el servicio. Este sí que es nuestro Rey. No con pompa humana, con ejércitos y banderas, con dignidades y fantoches a su alrededor. Todo lo contrario: mira a Jesús en la Cruz. Ahí está tu Rey. ¡Dichoso el siervo de tal señor! Un Rey que ha venido a traer la paz, la justicia, la misericordia… muriendo en un patíbulo. ¡Ese es nuestro Rey, no queremos a otro! Él inaugura un reino nuevo, una nueva humanidad, una nueva creación. Él es el primero de ese mundo nuevo, en el que la paz vence al odio, en el que el amor vence a la muerte, en el que servir es reinar. Muchos de los mártires españoles del siglo XX murieron con esta exclamación en sus labios: “¡Viva Cristo Rey!”. Un grito de fe en Jesús, reconociendo en Él al único Rey, por encima de todo lo demás. No queremos que reine en el mundo la política, el dinero, el poder, un partido, la fuerza, las armas… No. ¡Queremos que reine Cristo!

«Para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad». ¿Y cómo reina Cristo? Para que Cristo reine en el mundo, primero tiene que reinar en nuestro corazón. Y esto se realiza cuando somos le somos fieles, cuando somos testigos de la verdad. Cristo reina cuando reina la verdad. Cuando reconocemos a Dios como Dios, y al prójimo como prójimo. Por eso vemos que, desgraciadamente, hoy no reina en el mundo, donde la mentira, el engaño y la falsedad campean a sus anchas por la sociedad. Cristo no reina en nuestra cultura de la muerte, que elimina a los más indefensos, destruye familias y se mueve sólo por el dinero. Pero Jesús quiere reinar en tu vida, ser el centro de tu corazón. No dejemos que nada ni nadie ocupe el primer lugar de nuestro corazón. Dejemos que Él reine. ¡Queremos que reine Cristo!