Probablemente esta frase: «Se acerca vuestra liberación» sea la que con más fuerza resuene en vuestros oídos al escuchar el fragmento del Evangelio de Lucas que la Iglesia nos propone para nuestra reflexión en este día. ¿De qué necesitamos ser liberado? Una respuesta viene a nuestros labios casi de forma automática: del pecado. Y es cierto necesitamos ser liberados del pecado, de las sombras del pecado, sin embargo hoy el concepto de pecado parece haberse vuelto difuso, sino en el discurso teológico o en el catecismo, sí en la cotidianidad de nuestra experiencia.

El pecado aparece ligado a la capacidad del hombre para elegir entre el bien y el mal. Por lo tanto para poder reconocer el pecado, bien y mal deben estar claramente definidos, tienen que ser objetivos, tienen que ser cognoscibles, y así ha ocurrido a lo largo de la historia de la Iglesia, sin embargo hoy, en el mundo posmoderno, no es tan claro que el bien y el mal sean objetivos, si preguntáis a vuestros hijos o a vuestros nietos os responderán con naturalidad que lo bueno o lo mano depende de la conveniencia del sujeto, si a mi me vale, si me sienta bien… El sujeto se ha convertido en la clave de bóveda de la moralidad, de una moralidad a la carta que lleva a la mediocridad y en la cual Dios tiene poco que aportar, pues realmente no se siente la necesidad de liberación, el todopoderoso hombre posmoderno no necesita al Señor para nada. Lo veremos igualmente en la fiestas de Navidad que se acercan, somos hoy capaces de vaciar de contenido religioso las fiestas, gente que no espera al Mesías celebra por todo lo alto el día de Navidad, incluso intercambian regalos, habiendo olvidado la sustancia, el meollo de la fiesta.

Por todo esto es bueno mirar con esperanza al futuro conscientes de que Dios, que no os abandona nunca y siempre cumple sus promesas, sigue saliendo a nuestro encuentro, sigue «persiguiéndonos» con su amor misericordioso, corre tras nosotros para regalarnos la verdadera libertad. ¿Aceptaremos ese regalo?