«Una cosa es predicar y otra dar trigo» con este dicho popular quiero comenzar hoy esta breve reflexión, que creo recoge muy bien uno de los puntos que nos ofrece el evangelio de hoy para nuestra meditación. Este refrán refleja la dificultad que encontramos todos, especialmente los que nos dedicamos a la predicación, al mundo de la palabra, de convertir nuestros hermosos discurso y reflexiones en realidad.

Sí, quien más quien menos en su reflexión, cuando se sienta y es capaz de hacer algo de silencio interior y quiere mirar sus perspectivas de vida, es capaz de razonar con cierta soltura y de darse cuenta de sus puntos débiles, sus puntos fuertes… pero claro convertir esas ideas pausadas en vida es harina de otro costal. Se aprecia con claridad este fenómeno en los adolescentes que teorizan sin pudor sobre lo que van a estudiar y como va a cambiar radicalmente su vida especialmente si son malos estudiantes, o se puede ver también en adultos muy ocupados, absorbidos por sus trabajos afirmando que van a dedicar más tiempo a la familia, y también en los predicadores que tantas veces proponemos utopías inalcanzables o que simplemente no nos creemos.

El principio de realidad que es fundamental en el propio camino de madurez y realización, y por extensión en la propia vida de fe, en la propia forma de ser y existir en cristiano. Y de esto nos habla el Evangelio de hoy, son muchas las cosas que nos distraen de lo que es verdaderamente importante, causas tan variadas que van desde las externas a las internas, desde el alcohol a nuestros propios miedos, desde el dinero al propio egoísmo… y la invitación de Jesus no es utópica o fuera de la realidad, no empieza con justificaciones, sino que simplemente, con serenidad y confianza en las posibilidades del oyente le anima a pedir fuerzas para seguir vigilantes, pues así hacemos nosotros hoy:

«Danos fuerzas Señor para permanecer vigilantes y conocernos en nuestra verdad, en Tu verdad»

Amén.