La semana pasada un hombre estaba rezando en el templo parroquial. Se ve que estaba pasando una serie de dificultades y pedía a Dios iluminación para solucionar sus problemas. Cuando se quedó solo se ve que el Espíritu Santo le prestó más atención y le iluminó la solución a sus problemas. Se acercó a la imagen de San Juan Pablo II, arrancó el candado del lampadario y se llevó un puñado de monedas. Luego salió dignamente de la parroquia con, eso sí, una magnífica genuflexión al Sagrario antes de abandonar el templo. Y es que en esta parroquia hasta los ladrones son piadosos.

«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho»

Este centurión también va a “robarle” un milagro a Jesús. Pero no lo hace por la violencia o la autoridad -podría intentar hacerlo por su cargo-, sino desde la humildad de aquel que pide aquello que sabe que no tiene derecho a pedir: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo.”

Hemos comenzado el Adviento, esperando al Señor que vuelve. Cada uno podemos enumerar un sinfín de problemas, dificultades y angustias que tengamos en nuestro corazón o contemplamos en nuestro mundo. Entonces podemos intentar forzar a Dios, robarle unas monedillas para solucionar nuestros problemas o exigirle que nos toque la lotería. Pero eso es sólo una solución para un rato, como dice el refrán: “Pan para hoy y hambre para mañana.”

En Adviento tenemos que hacer como el centurión. Primero salir de nuestro cuartel, de ese lugar donde creemos que lo tenemos todo controlado y somos nosotros los que mandamos. Y de ahí ir a Jesús, afianzarnos en la oración y acercarnos a Él con humildad. Ponemos nuestra vida en sus manos, con sinceridad y claridad, sin excusas ni adornos. Y decirle que ya sabemos que muchas veces le hemos quitado del centro de nuestra vida, que nos ponemos en el centro de todo y pensamos que toda gira a nuestro alrededor. Pero reconocemos que el Señor puede sanarnos a nosotros y el mundo con un poquito que nos aumente la fe. Y le pedimos ¡Ven Señor Jesús!. Y el Señor actuará.

Cada día que nos acercamos a comulgar repetimos las palabras del centurión…, y Dios viene a sanar nuestra enfermedad, a enriquecer nuestra miseria. ¿Qué problemas tenemos cuando Dios está con nosotros?

Adviento, tiempo de espera y de esperanza. Espera desde la humildad, sabiendo que no es tu derecho el que el Señor venga, sino la decisión de su inmenso amor por los hombres. Esperanza de la mano de María, pues con ella podemos decir que Dios ha mirado la humillación de su esclava.

Y mi querido ladrón, si lo hubieras pedido tal vez te hubieras llevado algo más.