Son bastantes los ejemplos de ciegos curados en el Evangelio y, muchas veces, van precedidos de la pregunta “¿Crees que puedo hacerlo?”, “¿qué quieres que haga por ti?”. Y entonces sucede conforma a su fe.

Vivimos en el tiempo de la fe. Llegará un día en que “oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos. Los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor, y los pobres se llenarán de júbilo en el Santo de Israel porque habrá desaparecido el violento, no quedará rastro del cínico; y serán aniquilados los que traman para hacer el mal: los que condenan a un hombre con su palabra, ponen trampas al juez en el tribunal y por una nadería violan el derecho del inocente”, pues Dios actuará según su designio, pero ahora es el tiempo de la fe.

Muchas veces vivimos como Santo Tomás, en el “si no lo veo, no lo creo”, y no nos damos cuenta de que es el revés, si no lo creemos, no lo veremos. ¿Es qué Dios no puede hacerlo? Por supuesto que puede, pero cuenta ahora con nuestra fe.

Podríamos pensar que es mejor que Dios fuese por el mundo como un justiciero de Marvel, repartiendo justicia y milagros según su libre entender y, por supuesto, nosotros estaríamos en el bando de los buenos. Que sane a mi hermano enfermo, que fastidie la vida del maltratador, que humille al soberbio y hunda en el abismo al prepotente. Pero Dios no actúa así. Llegará un día en que todas nuestras obras quedarán patentes y recibiremos el premio o el castigo por ellas, pero ahora nos toca pedir con fe.

La fe tiene dos parámetros: la intensidad y la constancia. La intensidad es la certeza que anida en nuestro corazón de ser cierto lo que profesamos. Es decir, que Dios es tan real como el teclado que ahora golpeteo con mis dedos. Y la constancia es mantenerla en momentos difíciles…, o en los demasiado fáciles, a lo largo del tiempo.

Por ello tiene que ser diaria esa petición de “Señor, auméntanos la fe”. Y en este tiempo de Adviento, cada vez que decimos “Ven, Señor Jesús”, tener la certeza de que vendrá y será Dios nuestra justicia.

De la mano de María pidamos al Señor ver, contemplar y gozar un día la victoria de nuestro Dios.