Hace un mes estábamos de peregrinación a Tierra Santa, pisando la tierra de Jesús. Una de las visitas casi obligadas es Jericó. La verdad es que Jericó no tiene casi nada que ver, es una ciudad que se ha movido más que el precio de la moneda en Venezuela, y lo que queda está bastante roto. Pero impresiona ver un oasis en medio del desierto. Uno se lo imagina como los pintaba de niño, un laguito con siete palmeras alrededor que daban un poco de sombra. Pero la verdad es que después de bajar un gran tramo de desierto, seco, pedregoso, árido…, te encuentras una gran extensión llena de árboles, huertas, sombras, plantaciones de muchos tipos. En unos minutos te olvidas que estás rodeado de desierto y piensas lo bien que se está allí (si acabaran las obras alguna vez).

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» La fiesta de la Inmaculada Concepción es como un oasis en el Adviento. Estamos pidiendo, clamando: ¡Ven, Señor Jesús!”  Y nos tropezamos de frente con nuestra madre santa María. 

“Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles”. Con estas palabras Pio IX decretaba este dogma de la Iglesia, aunque en España nos gozamos de su patronazgo desde varios siglos antes.

María, que no conoció el pecado. María, a la que Jesús viene aún antes de venir a sus entrañas. María que vive en Dios y Dios que vivirá en María.

Es bien hermosos mirar hoy, y siempre, a la Virgen María. Cuando tenemos épocas de turbulencias, sufrimientos, dolores, enfermedades…, ves al oasis de María. Acude a ella e irás descubriendo las maravillas de Dios. Y al igual que el oasis de Jericó es inmenso, descubrirás la inmensidad de Dios, sus maravillas para con nosotros. Y estando un rato con María te parecerán lejanos los pesares y sinsabores de la vida. Ya no tendrás miedo de Dios cuando te pregunte: ¿Dónde estás? . No te esconderás como Adán y Eva, sino que dirás como María : “Hágase en mí según tu voluntad”. Y estarás dispuesto a servir, y a amar y a reír, serás alabanza de su gloria.

Trata a María, mira a María, déjate cuidar por María. De la mano de María no tienes nada que temer. Descubrirás -frente a lo feo y maloliente que nos ofrece el mundo y el pecado-, la hermosura, la ternura, la belleza, la grandeza, la bondad, la alegría, la esperanza, la magnanimidad, la fortaleza y la santidad que Dios da a los que quiere. Y no dudes que Dios te quiere como quiere a María. 

La Inmaculada modelo, ejemplo, guía. La Inmaculada madre siempre solícita de sus hijos, siempre en pie aunque todo el mundo caiga, siempre a sostenerte en sus brazos como sostenía al niño Dios y al Cristo muerto por nuestros pecados. La Inmaculada fortaleza, hermosura, raíz y fruto. La Inmaculada, respuesta a nuestro grito del ¡Ven, Señor Jesús! Que nos dice al oído: “Sí, vengo pronto”.