El día de nuestra ordenación sacerdotal, el Obispo, tomando las palabras de San Pablo a los Filipenses, nos dice: “Dios, que comenzó en ti esta obra buena, Él mismo la lleve a término.” (Los políticos en España han quitado a Dios de sus comienzos y así son sus finales…, esto es un pequeño excursus al margen). Seguimos con el comentario. Uno se ordena sacerdote, sale ala calle y, por lo menos en mi caso, no olvida esas palabras cada día de su vida. Cuantas veces tengo que decir al Señor: “Acaba tú esto, que yo ni sé ni puedo”. Dios te pone por delante tantas personas, tantas situaciones, tantas vidas…, y tienes que aprender a quererlas “con un amor entrañable” y a llevarles a Dios…., tarea en ocasiones muy ardua.

«Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajados;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».

Hoy en el recorrido del Adviento la liturgia nos presenta a san Juan Bautista. Nos puede parecer un personaje lejano, extraño e incluso fuera de nuestra época. Cualquier cosa menos un ejemplo a imitar, viviendo en el desierto y alimentándose de langostas y miel silvestre. Sin embargo, Jesús dirá de él que el mayor de los nacidos de mujer, por algo será.

Dios comenzó la obra de san Juan desde su nacimiento por la promesa a Zacarías e Isabel. Lo tomó como suyo y le puso en el nombre, que no era Zacarías como su padre. Lo fue formando para que escuchase la palabra de Dios y comprendiese la misión de ir delante del Mesías, sin saber si llegaría a verlo. Y comprendió la necesidad de predicar la conversión para que el Mesías encontrase un pueblo bien dispuesto. Luego contemplará al Hijo amado, el predilecto en el Jordán y no tendrá miedo en señalarlo así a sus discípulos y entregará su vida por la verdad sin haber visto la obra de la redención, ni al Mesías resucitado y sin conocer el don del Espíritu Santo.

¿Y tu y yo? Dios gratuitamente comenzó su obra en nosotros el día de nuestro bautismo, según la promesa hecha a su Iglesia. Nos puso nuestro nombre y nos fue formando en nuestra familia, nuestra parroquia, en nuestro colegio. Nos ha entregado su Palabra, en la Sagrada Escritura y contemplamos a Dios en la Eucaristía y no tenemos miedo a decirle a nuestros amigos: “Seguidle a Él, no a mi”. Y si somos fieles seguramente acabaremos nuestra vida unidos a la verdad, sin haber visto el fruto de nuestras obras, ni a Cristo resucitado y sin darnos cuenta del don del Espíritu Santo.

El no ver cumplidos los “objetivos” no implica para nada la dejadez en la tarea encargada. Año tras año decimos ¡Ven, Señor Jesús! Y parece que el Señor no viene. Pero eso no impide que no tengamos que prepararle un pueblo bien dispuesto. Diremos como Pedro: “Señor, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos recogido nada”. Y tal vez no veamos la pesca milagrosa. No pasa nada. Dios comenzó esta obra, cuenta contigo para realizarla, y Él la terminará. Mientras tanto nosotros como si el Señor fuera a llegar dentro de un cuarto de hora. Nos apremia el amor de Cristo para llevar las almas a Dios, para hablarle a aquel amigo de la necesidad de una buena confesión , para acompañar a aquel otro a Misa, para hacer un mundo más justo, para perdonar al que me ha ofendido y pedir perdón al que haya podido hacer daño. No trabajamos por objetivos, sino para llegar “al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios”. El caminar al paso de Dios y no al nuestro ayuda mucho a la perseverancia.

Juan Bautista saltó de alegría en el seno de su madre ante la presencia de la Virgen. También nosotros alegrémonos de la presencia en nuestra vida de la Madre que nso anima a seguir trabajando para la venida del Salvador.