Ya estamos en el cuarto domingo de adviento. Todo llega y la Navidad ya está cerca. Es un tiempo muy especial para nosotros y, por ello, todo este período de preparación en el que ahora se hace cada vez más protagonista María, la Madre de Dios, del Niño que va a nacer. Qué importante para la Historia de la Salvación y para la historia de nuestra vida es la Virgen María. En la liturgia de la Palabra de hoy aparece como la bienaventurada, la dichosa, la bendecida. Ella recoge una bienaventuranza que no aparece en Mateo: la de los que prestan su fe y asentimiento a los planes de Dios, sin indagar ulteriormente, aceptando todo lo que viene de Dios, los caminos que él nos traza continuamente, pero sin cuestionarlos ni pedirle cuentas.

Hoy hay muchas personas que se han alejado de la fe o que viven a espaldas de la voluntad de Dios, sin ni siquiera planteársela o buscarla. Pero es en quienes se cumple la palabra de Dios los que se suben al tren de la salvación, los que se apuntan en la carrera de la vida, aunque no sean atletas. Fe es aceptar un regalo sin comprenderlo, callarse ante lo desconocido; todo lo que nos sucede tiene el visto bueno de Dios. Si pedimos explicación a Dios suponiendo que tiene que justificarse, no tenemos fe, no confiamos en Él. María nunca dudó. Ella se sintió bendecida desde siempre y su fe le llevó a reconocer todos los dones que Dios le daba.

Dos veces aparece en el evangelio de hoy salto de alegría en mi vientre. Las bendiciones de Dios no esperan empiezan desde que Dios nos ama y eso acontece desde el principio de la existencia. Las bendiciones de Dios llenan de alegría. Se salta de alegría porque se posee los dones de Dios. Es la alegría de reconocer al Salvador, igual que harán después los pastores o los Reyes Magos. Saberse bendecidos por Dios, deudores del bien inmenso de su salvación; es una alegría inmensa digna de una celebración festiva.

Hay que alegrarse de los dones de Dios en la criatura más impotente, como es la del niño en el vientre. Es un regalo depositado en el vientre de María; si, en el vientre,  no en su corazón ni en su espíritu. Es el realismo de la encarnación de la persona divina. El que será la salvación de las gentes en su nacimiento había sido ya antes depositado en el vientre. ¡Qué maravilla de Dios!

Nosotros también somos bendecidos con dones de nuestro Padre del cielo a través del Espíritu Santo y tenemos que estar alegres. ¿Tú te sientes dichoso o dichosa? ¿No? Pregúntate si te sometes a la voluntad de Dios, si aceptas todo regalo que viene de Dios aunque no entre en tus previsiones humanas y, si es así, celebras festivamente ese regalo con tus personas queridas. «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».