Debió de ser uno de esos dramas tan atroces que sólo una buena película de ficción es capaz de contárnoslo sin que nos echemos a temblar. Niños desalojados de los brazos de sus madres, y nos referimos a bebés, criaturas que sólo pueden conservar en sus pequeñas almas el instinto de supervivencia, porque la vida no les da para más. Sus vidas quedaron interrumpidas en la tierra a la espera de crecimiento al otro lado. Qué misterio más grande esto de seguir creciendo al otro lado, siempre lo pienso cuando mueren niños, bebés, embriones. Todo aquello que dio comienzo no finalizará. Nos lo dijo el Señor, estamos llamados a convertir nuestra vida en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna, y una vida eterna, por definición, no concluye.

Si nos ponemos a diseccionar el espanto de aquella abominación que nos cuenta hoy la Sagrada Escritura nos encontramos con factores que se repiten en nuestro día a día. El más flagrante es el de violencia de alguien frente a otro, en el que se vulnera el principio básico de la libertad que Dios puso en nuestras almas para que decidiéramos las propias iniciativas. En España el asesinato de Laura Luelmo, por ejemplo, ha provocado una indignación unánime, y no es de extrañar, nadie puede segar la vida de otro, y más cuando el corazón nos promete una poderosa intuición: hemos nacido para el encuentro, no para despedazarnos. Y hay más violencias, el recorrido de una primerísima vida en el vientre de la madre, puede ser también segado por una irrupción violenta. En palabras de Pasolini, no podemos atentar contra lo que en nuestra civilización hemos descubierto como es sagrado: la debilidad, el acompañamiento de lo más pequeño.

Y ojo a las violencias sutiles, las que se producen en silencio y se vierten a diario en los santuarios de las familias. Todos tenemos la posibilidad de entrar en el círculo de los bárbaros y poner en diabólica desunión los pactos matrimoniales. Qué  socorrida es la violencia sutil en el matrimonio para empoderar los narcisismos. No hay derramamiento de sangre, pero la violencia es la dueña del hogar.
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Por eso, la violencia no existe sólo en la acera bárbara del terrorismo islámico, es la posibilidad que tiene cada corazón de desoír la llamada divina al acompañamiento, a la cooperación, todo lo que puso Dios de creativo en las relaciones humanas