“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Con esta afirmación del apóstol Juan quiso titular Benedicto XVI la encíclica que dedicó a exponer las características del amor cristiano, “Deus caritas est”, uno de los documentos más relevantes de su pontificado. Ayer aludíamos al desdibujamiento del amor en la cultura actual. Y por eso, el sabio teólogo llegado a papa, caracterizado por exponer lo esencial del cristianismo ante las conciencias del siglo XXI, dedicó su primera encíclica a la caridad cristiana, el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, la gran novedad en la historia de los hombres, que redime al amor del pecado, lo describe en toda su riqueza y lo plenifica.

El primer comentario que hace la encíclica: “Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él»”.

Siendo algo simplones, hablamos coloquialmente de amor cuando experimentamos la relación entre amigos (la “filía”, la amistad); la atracción y el flechazo entre hombre y mujer lo identificamos más como el “eros”, que tiende a expresarse de modo eminente en el amor erótico o sexual. De estos amores ha tratado la filosofía a lo largo de los siglos, sobre todo los grandes clásicos griegos.

La encíclica va mucho más allá tomando como punto de partida lo revelado por el apóstol san Juan: expone la novedad de la caridad, en griego “agapé”, y al mismo tiempo ilumina los otros amores, aportando grandes novedades que nos ayudan a comprender mejor qué es el amor y qué significa amar.

Pienso que una de las grandes ventajas de esta encíclica es que se termina con el cliché de hablar del amor erótico y pensar automáticamente en un club de alterne o una web subida de tono. Ya era hora. Sobre todo trata de exponer la realidad profunda del amor “erótico”, caracterizado por el deseo y la pasión, y su complementariedad con el amor de caridad, que lejos de tratarse de un mero amor desinteresado o de beneficencia, es en el fondo una auténtica entrega a los demás.

La caridad es el amor con que Dios se ama en el corazón de la Trinidad. Se trata de un amor oblativo, es decir, que se dona, que busca su plenitud en la donación. Ese amor sobreabundante da razón de la creación y de la existencia de cada uno de los seres humanos. Somos amados por Dios y por eso existimos: nuestra vida la entendemos plenamente cuando percibimos que somos amados con esa intensidad.

Su amor, además, no sólo es previo: nos acompaña toda nuestra vida a través de nuestras experiencias amorosas, nos guía cuando nos descaminamos, nos consuela cuando nos sentimos abatidos y solos. Y sobre todo, nos promete participar un día en plenitud de su mismo amor pleno. Algo que en la tierra experimentamos sólo como una promesa, pues no podemos ahora participar de esa plenitud en estos momentos de nuestra existencia.

Decimos que la religión cristiana es la religión del amor, y es cierto. Pero para muchos cristianos, la traducción de “amor” en realidad sigue siendo “beneficencia”. Y esto hace que muchas personas, dedicándose a cosas buenas y entregando su tiempo y su esfuerzo en proyectos de solidaridad, adolecen de una espiritualidad anclada realmente en la caridad de la que habla el apóstol Juan y que es una obra divina propia del Espíritu Santo. El papa Francisco en numerosas ocasiones ha exhortado a vivir nuestra entrega a los pobres no fundamentada en la mera benevolencia, que en realidad es una tendencia humana natural; el papa argentino nos exhorta a una atención de las necesidades de los demás fundada en un amor más grande, el amor de Cristo. Así llegaremos a más personas, empezando por la propia familia y los más cercanos hasta llegar a abrazar el mundo entero. El amor de Dios abarca todo.

Todas estas consideraciones nos pueden llevar a releer aquella encíclica para sacarle el mucho jugo que tiene para los que nos movemos en la cultura actual. Necesitamos conocer bien el amor que Dios nos tiene y creer en él.