16/01/2019 – Miércoles de la 1ª semana de Tiempo Ordinario.

¿Por qué rezar?

¿Por qué rezar? Porque queremos seguir a Jesús, vivir como él… y Jesús rezaba. Muchas veces lo vemos en el Evangelio, que deja todo para ir solo a rezar. Como en el Evangelio de hoy: asediado por tantos que quieren tocarle, que quieren escucharle, que quieren verle… Y él se escapa de noche para rezar…

• Sentía nostalgia de su casa. Se retiraba para encontrarse con el Padre y el Espíritu Santo, para estar con ellos, para reavivar la unidad con ellos: pero también para hablar junto con ellos de su vida, de sus proyectos…
• Respiraba aire de familia y allí, en su mundo -el cielo-, reencontraba la fuerza y el coraje para volver en medio de la gente y afrontar las dificultades, incluso la muerte.
• En la oración tomaba conciencia de su identidad de Hijo de Dios y de la misión que el Padre le había confiado, del modo de llevara a cabo.
• En el bautismo en el Jordán, cuando descendió el Espíritu y las palabras del Padre revelaron que era el hijo amado del Padre, Jesús estaba rezando.
• Las grandes decisiones las tomó durante la oración: después de una noche de oración eligió a los Doce; en la oración del Huerto de los Olivos aceptó beber el cáliz que el Padre le ofrecía…

Y nosotros ¿Por qué rezar? Jesús estaba mucho más cerca del Padre, estaba íntimamente unido al Padre. Era uno con el Padre. Y aún así, necesitaba alejarse del mundanal ruido para estar con el Padre. Necesitaba rezar. Nosotros estamos infinitamente más lejos del Padre que Jesús, y aún así, ¿no necesitamos rezar? Por otro lado, es más, por el lado opuesto, esta infinita lejanía se convierte en Jesús en infinita cercanía, pero sólo en Él. Hijos en el Hijo, podemos tener la misma confianza de Jesús en el Padre, es más, podemos tener la misma confianza que tenemos en Jesús para hablar con el Padre, con el Espíritu, y por su puesto con Jesús. Es la confianza del amor que él nos has comunicado a nosotros, para poder formar parte de la amistad insondable e inabarcable de Dios.