«¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán. Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto, lo nuevo de lo viejo, y deja un roto peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos. » Jesucristo es la novedad definitiva, el que completa plenamente la redención y nos la ofrece. Por eso el que está con Cristo no hace sacrificios, sino que ama. Por amor se pueden renunciar a muchas cosas con una sonrisa y con alegría de corazón. El que no ama sufre. No es que al que está unido íntimamente a Cristo le vaya mejor la vida en lo material, es que vive mejor incluso teniendo menos. Cuando uno se da cuenta de esta novedad se convierte en odre nuevo, mira la vida de otra manera y se levanta por la mañana  deseando vivir un nuevo día. Aunque esté lleno de dificultades ese día es del Señor, nos encontraremos con Él y descubriremos la alegría en medio de las privaciones. La redención no es un edificio sin terminar, lo único que tenemos que hacer es mudarnos de nuestra chabola personal a la casa de la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo.

“Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna, proclamado por Dios sumo sacerdote, según el rito de Melquisedec”. Los sufrimientos no se nos quitarán en esta vida. También es cierto que cuanto más se ama, más se sufre. Al que es tibio en el amor o en la entrega le serán bastante indiferentes sus pecados veniales o los pecados de los demás. El que ama sufre pues el mundo aún no ha aceptado a Cristo y tira su vida por el precipicio. Pero en ese sufrimiento el Señor se hace presente y nos da su Gracia para que nos demos cuenta de lo que tenemos que hacer en cada instante.

La Virgen mira con amor de madre a una humanidad que muchas veces se aleja de Cristo, y sin embargo no para de alentarnos y llamarnos a la conversión, sin desanimarse, sin tirar la toalla, sin desfallecer. Habrá gritos, lágrimas oraciones y una tremenda esperanza.