Domingo 10-2-2019, V del Tiempo Ordinario (Lc 5, 1-11)

«Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio Jesús dos barcas que estaban en la orilla». Hay escenas que se graban en el corazón. En el Evangelio algunos paisajes, gentes, diálogos… tienen una fuerza tal que podemos revivir el acontecimiento con toda su viveza 2.000 años más tarde. Hoy, se trata de la llamada de Jesús a los primeros discípulos. Es, en definitiva, la historia de su primera vocación. No sólo de esta primera, sino de toda vocación. Imagínate la madrugada en el lago de Genesaret, el cielo claro, el resplandeciente sol, la brisa matutina agitando suavemente los árboles, el mar en calma, una rocosa playa. Allí están las barcas de unos pescadores, y Pedro y Andrés, junto a Santiago y Juan, con sus redes y aparejos. Fíjate en sus rostros derrotados, cansados y abatidos. Mira sus redes vacías. Esta es la escena que ve Jesús. Pero el Señor ve mucho más. Ve a cuatro corazones jóvenes que quiere conquistar para una tarea apasionante, divina. Cada vocación nace siempre de la mirada de Jesús. Una mirada que no se fija en nuestras miserias y debilidades, sino en un sueño: el sueño de Dios para cada uno de nosotros. ¡Atrévete a soñar!

«Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra». Jesús no invade nunca. Como el más fino amante, busca conquistar el corazón poco a poco, despertando los mayores deseos de grandeza y plenitud. Jesús sube a la barca de Pedro. Así, se embarca en su vida, en sus proyectos, en su horizonte. Jesús sube a la vida de Pedro casi sin ser notado. Pero Cristo cada vez pide más: «Rema mar adentro y echad las redes para pescar». Una vez que ha comenzado esa amistad maravillosa, Pedro experimenta cómo Jesús ensancha su corazón. ¡No te quedes en la orilla! ¡El mundo te espera! ¡Rema mar adentro! La amistad hace lo imposible posible, y Pedro acepta el reto. Un reto nada fácil, por cierto, porque, ¿qué idea podía tener Jesús que se había criado a kilómetros del mar? Pero con la llamada, el Señor da siempre la luz y la fuerza para responder: «Por tu palabra, echaré las redes». Y entonces se realizó el milagro. Una redada de peces tan grande como no la habían visto jamás. Pedro se dio cuenta de que lo mejor que podía hacer era fiarse totalmente de la palabra de este Amigo. De un diálogo nace una amistad; y de esa amistad, una decisión.

«No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Cristo ha mostrado toda la fuerza de su gracia, y Pedro ha reconocido su flaqueza y debilidad: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Por eso, Simón ya está preparado para recibir el mensaje definitivo que cambiará por completo su futuro. Jesús no se conforma con subir a su barca, o con que reme mar adentro, o con que haga una gran redada de peces. Jesús quiere su vida entera. Él le necesita; te necesita para llegar al mundo entero. Ya no habla de barcas, peces y redes. Ahora la misión es todavía más apasionante: conquistar almas para Cristo. Desde ese momento, Pedro no tuvo más deseo que seguir a su Maestro y dar la vida por Él. «Dejándolo todo, lo siguieron». Merece la pena gastar la vida en esta aventura; merece la pena entregarse del todo (tiempo, energías, corazón) para llevar a cabo la obra de Dios en el mundo. Hay una gran barca, la Iglesia; todo tipo de redes según cada persona; y millones de peces nos esperan. Jesús se ha fijado en ti. No temas, respóndele como Pedro: ¡Cuenta conmigo!