Continuando con el relato del Génesis que comenzamos a leer el lunes, nos encontramos hoy con la Creación del hombre, de la arcilla del suelo, del barro, Dios modela al hombre, ciertamente Dios podía habernos creado directamente de la nada, pero actúa como un artesano, con la misma materia ya existente nos modela, así que con propiedad somos tierra, somos barro, pero la vida nos llega del aliento divino, la vida nos llega como don gratuito de Dios, así que también somos Dios, así lo expresa San Agustín en el Comentario a la Primera Carta de Juan: «¿Amas las cosas de la tierra? Eres tierra, ¿Amas las cosas de Dios? Dilo, eres Dios».

Y Dios no sólo regala la existencia al hombre, una existencia desprovista de a la intemperie, sino que se preocupa de «plantarle un jardín» y le da todos los medios para su felicidad, incluso el medio más «peligroso» la libertad, que aparece en el relato oculta tras el mandato «puedes comer de todos los árboles del jardín, menos del árbol del bien y del mal», esta norma es la expresión elemental de la libertad del hombre, incluso es una norma razonada, pues Dios le indica al hombre «si comes de esa árbol morirás», así que es la libertad del hombre, reflejo de la libertad de su creador.

¿Cómo conectar este relato con la propuesta del Evangelio de hoy? En el relato de Marcos que hoy leemos el Señor plantea a los que le escuchan un desafío, como casi siempre suele hacer. La religión judía estaba muy centrada en los actos externos y en las prohibiciones rituales, hoy, por desgracia, en muchos ambientes cristianos y contrarios a la Fe, encontramos también similitudes con aquel planteamiento judío, con la compresión de la religión como un enorme conjunto de normas y prohibiciones. Jesús rompe con esa concepción conectando con el relato del Génesis, en la libertad, lo importante no es la norma, lo importante en aquel relato del Génesis, o en el de Jesús, o en los planteamientos de la Iglesia hoy no se encuentra en la letra de la ley, en las prohibiciones en sí, sino en su espíritu, en la opción libre que el hombre hacer, en la determinación de su amor, entroncando con la propuesta de San Agustín. Y la decisión libre se produce en las «entrañas», en las «tripas» del hombre, por eso Jesús indica que nada que venga de fuera puede hacer impuro al hombre, es en la batalla interior entre el bien y el mal, en la determinación de la propia libertad donde se juega esa batalla.

Que el Señor nos ayude a descubrir nuestro interior, a conocernos a nosotros mismos y ver con claridad qué amor determina nuestro hacer, porque será el que determine nuestro cielo.