Podríamos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que de un tiempo a esta parte parece que nos cuesta hablar del pecado, nos cuesta reconocer nuestra condición, y hemos pasado de un tiempo en el que todo era pecado a otro en el que nada lo es. Este no es un tema marginal en la fe, no es un detalle sin importancia, más bien es un tema central, puesto que si no soy pecador, no necesito ser salvado, y si no necesito la salvación ¿para qué necesito yo a Cristo el salvador?.

El relato del Génesis que acabamos de leer, nos da algunas pistas. La primera es que el pecado es mendaz, el engaño de la serpiente se convierte en el primer episodio de la ruptura entre Dios y el hombre. Hoy en día el primer engaño es que no tenemos en cuenta al tentador, parecería que el demonio, diablo, el mal, son personajes de cuentos míticos o por lo menos de otras épocas y eso nos hace vivir completamente despreocupados y desarmados ante su realidad. Ya lo decía C.S. Lewis en las Cartas del Diablo a su sobrino, con el progreso científico nuestra razón se ha obnubilado ante los conocimientos más básicos de nuestro ser hombre.

Pero volviendo al texto bíblico tenemos que señalar que el engaño del diablo, de la serpiente, es presentar a Dios como el que nos limita la vida, el que nos corta nuestra libertad, nos roba nuestras posibilidades. La serpiente señala que Dios ha prohibido comer de todos los árboles del jardín, eso es simple y llanamente mentira, sin embargo se cuela entre nuestro subconsciente y nos introduce una duda sobre las intenciones de Dios, que parece razonable. No es esto lo que ocurre en muchos de los ambientes contrarios a la Fe, no escuchamos que las religiones solo son prohibiciones que coartan la libertad del hombre. Un ejemplo pensemos en el sobrenombre con el que se conoce la encíclica Humanae Vitae de S. Pablo VI aplicable también a la Evangelium Vitae de S. Juan Pablo II, la encíclica del No, remarcando aquello que el tentador había hecho con Eva, el engaño de que Dios limita nuestra libertad.

En tercer lugar, viene lo que tanto puede atormentarnos a lo largo de nuestra vida, la apariencia de bien del pecado, verdaderamente a Eva le resulta atractiva la idea de transgredir la norma, la única norma impuesta por Dios en el paraíso, porque cree que saltándosela obtendrá un beneficio. De forma más o menos elaborada este pensamiento nos afecta a todos, desde el hijo mayor de la parábola del Hijo pródigo, a nosotros mismos, no son extrañas medio bromas en las que se dice que preferimos el infierno porque en él las personas serán más divertidas, más interesantes, los buenos aparecen como aburridos.

En último lugar encontramos que el pecado acaba con la armonía de las relaciones, Adán y Eva ya no se miran igual, ha surgido entre ellos la vergüenza y el pudor, como en sus corazones hay recovecos, hay oscuridades ya no se pueden mostrar tal cual son, pero, por desgracia, no sólo les afecta a ellos, sino que afecta también a su relación con Dios, que deja de ser el amigo con el que pasear al caer de la tarde, para convertirse en aquel de quien nos escondemos. Nuestro mundo está tan cansando de huir de Dios que prefiere pensar que no existe…

Sin haber llegado al desenlace del drama, el Evangelio sale a nuestro encuentro, Jesús viene a curar nuestra sordera, «effeta», «ábrete», con esta palabra cura al sordomudo, que mejor oración para hoy que pedir con humildad la apertura de nuestros oídos, de los oídos del corazón, para poder reconocer la argucias del enemigo y quedarnos con la parte mejor, el Amor desbordado de Dios.