El libro del Eclesiástico que empezamos a leer y que continuaremos toda esta semana en la primera lectura de la misa, comienza con una afirmación contundente: «toda sabiduría viene del Señor».

Esta frase es una de tantas que son realmente consoladoras para los cristianos. El Señor, el mismo que es amor, el mismo que es Padre, conoce todo y, por tanto, sabe lo que necesitamos en cada momento. También sabe lo que necesitamos y lo que no. Y, por tanto, podemos decir con mucha paz que se preocupa de nosotros con un conocimiento insuperable. Tanto que es más consciente de lo que nos hace falta que nosotros mismos. ¡Podemos confiar absolutamente en él! ¿No es maravilloso? Es esta conciencia lo que nos permite, también, descansar: Jesús conoce lo más profundo de nuestro corazón y, por tanto, que muchas veces pecamos más por debilidad que por maldad. Y por eso Él nunca nos esconde su mano.

Hoy te animo a que, desde esta perspectiva, hagas un acto de confianza en el Señor, en su providencia, en que es todopoderoso y, por tanto, en sus manos está todo aquello que nos puede hacer felices. Puede ser, por ejemplo, rezar el Credo con pausa, saboreando lo que decimos e intentando asumirlo. O, como han dicho tantas generaciones, repetir esa jaculatoria: Jesús, en ti confío. Y, si te cuesta, pide el don de la sabiduría, ese regalo del Espíritu Santo que nos ayuda a ser más conscientes de todo ello, que nos permite penetrar la existencia desde una perspectiva cristiana, que nos permite vivir desde el Dios es amor.

Jesús lo dice claramente: ¡Todo es posible para el que tiene fe! Que no nos pase como a esa generación que entristece el corazón de Jesús. ¡A por ello!