Un día más, nos acompaña el libro del Eclesiástico (¡es lo bueno de tener semanas en las que celebramos las misas de feria con la lectura continuada!). Hoy meditaremos sobre la siguiente frase: «[Dios] concedió a los humanos días contados y un tiempo fijo, y les dio autoridad sobre cuanto hay en la tierra».

Es evidente que estamos ante una renovación, por parte del Señor, del mandato originario del Génesis previo al pecado original (1, 26-28), cosa que ya tiene una primera lectura preciosa: Dios insiste en confiar en nosotros pese a dicho pecado y los consiguientes. Y otra consecuencia que debe hacernos reflexionar sobre cómo nos comportamos respecto a las realidades creadas: Dios nos ha dado autoridad sobre lo creado, es decir, somos embajadores suyos, administradores de sus dones.

La meditación de hoy puede ir en esta dirección: cómo administramos los dones naturales. Ante la tentación de pensar que son algo a nuestro capricho, el papa Francisco recogió en su encíclica Laudato si, en el número 6, la siguiente reflexión de Benedicto XVI, que nos invitó a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos». Por tanto, nuestro elemento de juicio sobre las cosas no puede ser otro que el papel que Dios ha asignado a cada realidad en el mundo.

Y tú, ¿vives con esta conciencia de ser tan importante como para que Dios haya puesto ciertos dones suyos a tu disposición, para que los cuides? Y, ojo, no caigamos en la tentación de que esto se hace simplemente reciclando, que también es importante, pero… lo más importante, el gran reto, es conseguir que cada cosa refleje la gloria de Dios que toda la creación esconde. ¡A por ello!