Siempre he pensado que no merece la pena negociar con Dios. Entre otras cosas porque Dios no es amigo de esos “chanchullos humanos”. Dios es de los que dicen sí y es sí, no y es no. No le pega andarse con medias tintas. De hecho, Jesús es el cheque en blanco de Dios. En su entrega, el Padre no ha calculado.  A la hora de amarnos, lo de Dios ha sido un auténtico derroche. Por eso suena un tanto ridículo el comentario que Pedro le hace a Jesús en el evangelio de hoy. Es como si le estuviera pidiendo una póliza que asegure la inversión realizada.

Que en temas de justicia no resulta muy inteligente negociar, lo vemos también en la parábola del hombre que tenía unas viñas. Los jornaleros de la primera hora cometieron el error de negociar con el dueño de la finca. Este hombre que dice de sí mismo “ser bueno”, de la misma manera que pagó a los últimos el jornal que no habían merecido, así también, si los de la primera hora no hubieran negociado, cerrado y ajustado la cantidad concreta que iban a cobrar, probablemente éstos habrían percibido más de lo que recibieron.

A Jesús no le gusta que respondamos mezquinamente a su amor desmesurado. Él se ha dado a fondo perdido, él da la vida entera por su misión, por eso valora y ensalza el gesto de la pobre viuda que dio dos centimillos de nada, pero que precisamente porque dio en limosna todo lo que necesitaba para vivir, al fin y a la postre dio más que nadie. Ella era uno de los “pequeñuelos” por los que Jesús da la cara. Los discípulos de entonces y los de ahora somos esos pequeñuelos a quienes él protege. Somos los que queremos compartir su suerte hasta el final. Por eso Jesús se identificará con nosotros en la hora del juicio. Jesús nos llama dichosos mientras el mundo nos llama insensatos. Él nos llama hermanos mientras la gente, irónicamente, nos llama primos.

En realidad, las palabras de Jesús que oímos hoy esconden una bienaventuranza más. Como en las otras, las de siempre, Jesús habla de una promesa que se cumple ya, aquí y ahora, pero que llegará a su plenitud más allá de la muerte. Tendremos en este mundo cien veces más casas donde habitar y en la casa del Padre una morada eterna. Tendremos en este mundo cien veces más padres, madres, hermanos, hermanas e hijos y en el cielo una multitud incomparable de familia verdadera. Tendremos en este mundo cien veces más tierras donde echar raíces, pero nuestra patria definitiva estará junto a Dios.

“Por mí y por el Evangelio” dice Jesús. Esta es la razón de nuestra entrega. Es la ofrenda de nosotros mismos que hacemos libremente y por amor, sin esperar nada a cambio para hacerla. Porque, en el fondo, es un privilegio que Dios acepte nuestra vida como agradable a sus ojos, y que al unir esta ofrenda pobre a la que él hace de sí mismo en la cruz, la haga además capaz de dar vida. En el Evangelio, el ejemplo más evidente de esta comprensión profunda del significado y alcance del sacrificio de Jesús nos lo da María, la hermana de Marta y Lázaro. Su total adhesión a la ofrenda de Jesús la encontramos en la unción en Betania, poco antes de la pasión del Señor, cuando derrochó su perfume carísimo sobre los pies del maestro. Entonces, Judas, el serio y falso discípulo, calculando, se escandalizó por el derroche. Según sus cálculos si se hubiera vendido y dividido el dinero habría sido una gran ayuda para los pobres. Pero ese era el pensamiento de un ladrón que busca su interés, no el pensamiento de un amigo que ama.

Hoy te invito a no pedirle a Jesús que te firme una póliza de seguro que te garantice la devolución de lo que has invertido. Te invito a romper definitivamente la calculadora con la que haces tus cuentas cada día para ver cuánto tienes que dar a Dios para salir beneficiado con tus intereses.  Rompe tu hoja de cálculo y ofrece a Dios lo mejor de ti, o mejor dicho ofrécete a ti mismo. Él te dará infinitamente más de lo que sale en tus planes de inversión. No negocies con él para que él pueda darte todo lo que ha guardado para ti en su corazón. Como dice la primera lectura: “Da al Altísimo como él te dio: generosamente, según tus posibilidades, porque el Señor sabe pagar y te dará siete veces más”.