Ha llegado la hora. Arranca el camino hacia la Pascua. Es el momento de ponernos en marcha. Para el camino necesitamos muy pocas cosas; es más, cuanto más ligeros mejor caminamos. La meta de nuestros pasos: un corazón nuevo, un espíritu nuevo. La ceniza que hoy manchará nuestra cabeza cuando la recibamos en la Iglesia es un signo de la muerte; proviene de unos ramos de olivo quemados al fuego. Y esa imagen elocuente describe bien lo que queremos que suceda: que el fuego del Espíritu Santo prenda en nuestro corazón. Que nuestra vida de pecado quede reducida a cenizas.

La conversión suscita un problema: o es “de todo corazón” o no es más que una farsa. Se trata por tanto no de cambiar de aspecto externo sino de que Dios nos cambia por dentro. Es, en definitiva, una conversión a la autenticidad. Que nuestra vida exterior manifieste la verdad de nuestra vida interior.

En estas últimas semanas la palabra de Dios nos ha planteado algunos temas referidos a la vida, a la moral que Jesús enseñó a sus discípulos. El Maestro sitúa el foco de atención en el corazón del hombre. Se podría decir por tanto que Jesús ha venido a traer del cielo a la tierra el corazón de Dios, para hacerlo de nuestra carne y sangre. La Pascua será el momento en el que se nos regale este corazón nuevo, que será el motor que nos impulse en nuestra vida nueva. El evangelio nos advierte del peligro de fingir que nos convertimos, sin hacerlo verdaderamente. La sinceridad del deseo de esta vida nueva es la condición necesaria para ponernos en camino hacia ella. La limosna, la oración y el ayuno son los medios más idóneos para el fin que perseguimos, la purificación de nuestro corazón.

La limosna que es sobre todo dar nuestro tiempo a quien nos necesita, a la vez nos salva del engaño de la autosuficiencia. Cuando nos acercamos a las heridas de nuestro prójimo con verdadera compasión descubrimos que también nosotros estamos heridos y necesitados. Es entonces cuando volvemos a experimentar que cualquier persona vale más por lo que es que por lo que tiene. Que no por mucho atesorar se puede saciar el corazón del hombre. Al contrario, solo el amor hecho realidad en obras concretas lleva la paz a nuestro corazón. Salir de nosotros es la salvación porque la soledad es el infierno de los ricos.

La oración vivida como un verdadero diálogo, en la intimidad del silencio y de la escucha nos hace capaces de recibir todo lo que Dios nos quiere regalar: su Palabra se convierte en una cura verdadera que saca a la luz todas nuestras mentiras y engaños; su Espíritu, verdadera fortaleza, nos empuja a avanzar por el camino de nuestra propia realidad. Nada puede llenar la sed de amor de aquel hombre que no tiene algo de Dios en su vida. Es un vacío insoportable del que uno necesariamente tiende a huir. La palabrería, la verborrea, el juicio constante del que tengo a mi lado, la falta de silencio y de diálogo con Dios nos llevan a la amargura constante. Hablar con Dios como un amigo habla con el amigo de su alma, ensancha el corazón y lo libra de inquietudes y miedos.

El ayuno de todo lo que nos esclaviza nos van liberando progresivamente y nos van fortaleciendo en la relación viva y verdadera con Cristo, nuestra fortaleza. Él es ese hombre más fuerte del evangelio que puede atar a aquel otro que con su fuerza se había propuesto arrebatarnos de Dios, nuestro dueño verdadero. Cuántas cosas, personas y situaciones se han convertido para nosotros en cadenas que no podemos romper, son en el momento actual auténticos lazos que nos tienen impedidos. Ayunemos de todo esto y entreguémonos a Dios para encontrar la verdadera libertad. Liberémonos de los poderes de este mundo y descubramos que el auténtico poder es el poder de ser felices. La fragilidad y toda realidad que este mundo considera débil es en verdad, la puerta por la que entra a nuestra vida el auténtico poder: el de Cristo.

Conversión de todo corazón es también otra manera de decir, conversión de todas las personas, de todos nosotros, responsables en la construcción de nuestro mundo. ¡Que se convierta el mundo de todo corazón! ¡Hagamos un mundo a imagen del corazón de Jesús!