Tenemos muy asociado el hecho de la transfiguración del mundo a una realidad cargada de efectos especiales. Recuerdo una versión cinematográfica del Paraíso de la Divina Comedia de Dante en el que se representaba la otra vida como una explosión de colores, tras de los cuales un observador no salía de su asombro. Es la divisa contemporánea, la realidad mejor y transfigurada es la que se ocupa en entretenernos. Pero resulta que la transfiguración no es un pasatiempo, sino la vocación a la que hemos sido llamados. No hemos nacido para contentarnos con vivir, comer, echar una partida de cartas y darnos a la siesta, sino en dejar pasar la gracia de Dios, así es como Él transfigura. Como decía un obispo de Massachusetts a finales del XIX, “Dios actúa en todo lo que libera y eleva”.

Dios no nos ha llamado a una metamorfosis, a un cambio de especie, de seres humanos a ficus benjamina. Tu mujer no espera de ti que te conviertas en un foxterrier, aunque a veces merezcas que te pongan un bozal en la boca, sino en aquel de quien se enamoró y que la gracia de Dios perfila de continuo en tu biografía, esa es la transfiguración. Los apóstoles no vieron en el Tabor a otra persona, sino al mismo Jesús revestido de su cualidad divina. Él en plenitud. Hay una frase que nos dice el Señor diariamente al oído, “no quiero a otro, te quiero a ti en plenitud”.

Pero la gracia de Dios actúa en quien ha puesto su vida a disposición de la atención, quien no pierde oportunidad de buscarle “bajo la superficie de lo cambiante”, y olfatea esas realidades permanentes que tienen su fundamento en Cristo. Me ha impresionado mucho la autobiografía de Helen Keller, una muchacha sordociega de principios del siglo XX en cuya narración se desprenden descubrimientos que para quienes vivimos en un mundo multisensorial nos resultan ordinarios, pero que en ella son momentos cumbre: la belleza de la vida experimentada como un regalo, la necesidad de que exista un sentido en todo cuanto sucede, el asombro del descubrimiento interpersonal, el misterio de la revelación en la comunicación. Todo eso que los “capacitados” no valoramos, porque lo cazamos al instante, en ella supuso un aprendizaje más parecido al plato saboreado que al atracón. Así espera Dios que me comporte, lento, a tiro, a mano, dócil, disponible, sólo así conseguirá transfigurarme.