MARTES 2 DE ABRIL 2019

NO ME DIGAS TEN ÁNIMO. DIME TEN FE

«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».

No fue el único al que Jesús curó. Curó a muchos. Muchos acudían a él y él los curaba. Pero Jesús no sólo los curaba físicamente, sino que al hacerlo les reconocía su dignidad de personas, su dignidad de hijos de Dios. Respondía a la confianza que ellos mismos habían puesto en él, y mirándoles a los ojos curaba su corazón, les devolvía la esperanza.

La enfermedad y el sufrimiento son uno de los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el ser humano experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad grave puede hacernos entrever la muerte. A veces, las personas caen en la angustia, el repliegue sobre sí mismas, incluso en la desesperación y la rebelión contra Dios, Pero puede también hacerlas más maduras, ayudarlas a descubrir lo que es verdaderamente importante en su vida. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.

El Evangelio muestra que la compasión de Cristo hacia los enfermos es una clara señal de que ha llegado el reino de Dios. Sus curaciones eran signos que anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Cruz y su Resurrección. Jesús cura y también perdona los pecados porque Él ha venido a curar a la persona por entero, alma y cuerpo.

Un joven fue a ver a su amigo al hospital. Tras un rato acompañándole en su dolor le dijo: “Me tengo que ir. Ya sabes: ten animo”. El amigo le respondió: “no me digas en animo. Dime Ten fe. Sin fe difícilmente me animaré”. Si cayeses enfermo: pedirías ¿animo, o fe? ¿Pedirías recibir el sacramento de la unión de los enfermos?