“Mantendré mi pacto contigo”. ¿No te has quejado alguna vez de aquello que un día te prometieron y, pasado el tiempo, nunca se cumplió?

La Biblia nos dice que “sólo Dios cumple sus promesas”. Y toda la Sagrada Escritura está jalonada del “quiero y no puedo” de tantos hijos de Israel. Éstos, sin embargo, también somos tú y yo, que tenemos, cómo no, nuestras respectivas condecoraciones de lo no cumplido y, por otra parte, presumimos de ser personas de una sola pieza. Sólo la humildad nos lleva al reconocimiento de que Dios, verdaderamente, ha guardado su palabra en nuestra vida. Y sin necesidad de echar la vista atrás, hemos de reconocer todos esos momentos en los que hemos palpado la sugerencia de Dios para que cambiáramos un “poquito” (rezar un poco más, sonreír un poco más, criticar un poco menos…, pues en esto consistía la alianza que establecimos con Él), y, sin embargo, nos hemos “achantado” ante la más mínima contradicción.

Así pues, las promesas están tejidas de fidelidad y de lealtad. Estamos ante auténticas virtudes que hacen a la persona más humana y más veraz. Y como podemos observar, una vez más, no son cosas que se vean todos los días en nuestros ambientes; todo lo contrario, a veces el que sabe seducir con engaños y mentiras es considerado como alguien que “tendrá mucho futuro”.

“Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro”. Cuando el otro día, alguien me aseguraba que había perdido toda esperanza de confiar en la gente (debo de reconocer que los “palos” que ha recibido esta persona, son abundantes y dolorosos), le pregunté si sabía cuál era esa misma impresión de los demás con respecto a él. Por un momento se quedó un tanto desconcertado pero, posteriormente, con lágrimas en los ojos me dijo: “tiene razón… pocas veces he abierto mi corazón al que me pedía consuelo o compasión”. Este buen hombre besó un crucifijo que había sobre la mesa, y nos dimos un abrazo.