En este lunes santo nos encontramos con la unción de Betania. María, en un acto desbordante de amor, toma una libra de nardo, material costosísimo (en trescientos denarios lo tasa Judas, el pragmático). Con ese gesto manifiesta su amor a Jesús, y se pone así como auténtica discípula de aquel que, escucharemos estos días, nos amó hasta el extremo. Es un gesto que nos pone en la senda de lo que celebramos estos días. Pero, aunque su amor comparado con el de Dios nos parezca poco, si lo comparamos con el nuestro quedamos en evidencia. María amaba muchísimo al Señor hasta el punto de derrochar un perfume de tan alta calidad. No sólo es el perfume, también está el hecho de lavar los pies y de enjugárselos con su misma cabellera. Porque María, al dar al Señor, se entrega también ella. Es un amor en el que está totalmente comprometida. Quiere amar con todas sus fuerzas y da lo mejor y con ello se da a sí misma.

Pero Judas no entiende nada. Piensa en el dinero porque no entiende el gesto de María. Mentar en ese momento los pobres equivalía a romper la belleza de la escena, a introducir la acritud en medio de la armonía. Judas intenta quebrar la amistad de Jesús con sus amigos y lo hace buscando un argumento que, en principio no admitiría contestación sino que nos dejaría a todos con mal sabor de boca. Es esa ética sin corazón que rasga hasta lo más hermoso.

Jesús no permite el triunfo de Judas. Lo hace por sus amigos y también por nosotros. Siempre habrá pobres y, por tanto, siempre podrá derrocharse, y hay que hacerlo, en ellos. Pero desbordarse en el amor, dándoles, ayudándoles y, sobre todo, amándoles, enjugándoles los pies y secándoselos con la cabellera. Precisamente hoy es san Damián de Molokai, que aunque no lo celebramos por la preeminencia de las celebraciones de la Semana Santa, se nos muestra en la misma senda de María Magdalena. Su vida, desgastada por amor a Dios al servicio de los leprosos, es como el frasco que se quiebra y llena de fragancia la estancia.

Pero ese frasco recuerda también al mismo Jesús. Su cuerpo, será atormentado en la pasión y lacerado en la cruz. Cristo pasa por ese sacrificio para traernos la salvación. Jesús resucitado nos dará el Espíritu Santo. Es decir, hará de cada uno de nosotros una botella de perfume para que también podamos difundir su amor en la entrega a los demás. Un amor que no repara en gastos y que pasa por la abnegada entrega al servicio de los demás.

Miro a la mujer de Betania y comprendo un poco mejor como he de vivir estos días sagrados: con generosidad, a los pies de Jesús, uniéndome totalmente a Él y sin regatearle nada. Que al contemplar el Corazón abierto del Salvador se abra también el mío y abandone la mezquindad en la que me encuentro. Todo para Jesús, intentando corresponder a su amor infinito. Mi amor es pequeño pero ante Él puede alcanzar niveles que nunca he soñado. Que esta Semana Santa abra mi corazón y lo conduzca al abismo de su amor.

En este lunes santo nos encontramos con la unción de Betania. María, en un acto desbordante de amor, toma una libra de nardo, material costosísimo (en trescientos denarios lo tasa Judas, el pragmático). Con ese gesto manifiesta su amor a Jesús, y se pone así como auténtica discípula de aquel que, escucharemos estos días, nos amó hasta el extremo. Es un gesto que nos pone en la senda de lo que celebramos estos días. Pero, aunque su amor comparado con el de Dios nos parezca poco, si lo comparamos con el nuestro quedamos en evidencia. María amaba muchísimo al Señor hasta el punto de derrochar un perfume de tan alta calidad. No sólo es el perfume, también está el hecho de lavar los pies y de enjugárselos con su misma cabellera. Porque María, al dar al Señor, se entrega también ella. Es un amor en el que está totalmente comprometida. Quiere amar con todas sus fuerzas y da lo mejor y con ello se da a sí misma.

Pero Judas no entiende nada. Piensa en el dinero porque no entiende el gesto de María. Mentar en ese momento los pobres equivalía a romper la belleza de la escena, a introducir la acritud en medio de la armonía. Judas intenta quebrar la amistad de Jesús con sus amigos y lo hace buscando un argumento que, en principio no admitiría contestación sino que nos dejaría a todos con mal sabor de boca. Es esa ética sin corazón que rasga hasta lo más hermoso.

Jesús no permite el triunfo de Judas. Lo hace por sus amigos y también por nosotros. Siempre habrá pobres y, por tanto, siempre podrá derrocharse, y hay que hacerlo, en ellos. Pero desbordarse en el amor, dándoles, ayudándoles y, sobre todo, amándoles, enjugándoles los pies y secándoselos con la cabellera. Precisamente hoy es san Damián de Molokai, que aunque no lo celebramos por la preeminencia de las celebraciones de la Semana Santa, se nos muestra en la misma senda de María Magdalena. Su vida, desgastada por amor a Dios al servicio de los leprosos, es como el frasco que se quiebra y llena de fragancia la estancia.

Pero ese frasco recuerda también al mismo Jesús. Su cuerpo, será atormentado en la pasión y lacerado en la cruz. Cristo pasa por ese sacrificio para traernos la salvación. Jesús resucitado nos dará el Espíritu Santo. Es decir, hará de cada uno de nosotros una botella de perfume para que también podamos difundir su amor en la entrega a los demás. Un amor que no repara en gastos y que pasa por la abnegada entrega al servicio de los demás.

Miro a la mujer de Betania y comprendo un poco mejor como he de vivir estos días sagrados: con generosidad, a los pies de Jesús, uniéndome totalmente a Él y sin regatearle nada. Que al contemplar el Corazón abierto del Salvador se abra también el mío y abandone la mezquindad en la que me encuentro. Todo para Jesús, intentando corresponder a su amor infinito. Mi amor es pequeño pero ante Él puede alcanzar niveles que nunca he soñado. Que esta Semana Santa abra mi corazón y lo conduzca al abismo de su amor.