Ya se acercan peligrosamente las primeras comuniones. Y digo peligrosamente porque son muchos los niños que harán la primera comunión (más de trescientos), con sus respectivos padres, esperando que todo salga fenomenal…, y seguro que todo sale muy bien. Y ahora toca escuchar las preocupaciones de los padres: que si el fotógrafo, que si van a leer o no, que si las niñas llevan limosnera (aún no sé muy bien qué es eso) o donde se sientan los abuelos. Incluso uno me preguntó ayer la fecha, eso es preparación. Pero… ¿de qué vale todo eso si no llegan a la segunda comunión?.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo
En la Eucaristía, en cada Comunión, es Cristo el que está. Es muy fácil criticar a los padres y madres de primera Comunión pensando si están allí porque está Jesús o por los regalos o por quedar bien. Pero no puedo mirar hacia fuera. Tengo que mirar me a mí, celebrando Misa a diario y bastantes días más de una. ¿De verdad me doy cuenta delante de quién estoy? Predico, hablo, escribo…, pero ¿me emociono cuándo digo «Esto es mi cuerpo?» Creo que no siempre, y eso me preocupa. Hazme Señor más fervoroso, más consciente de lo que celebro y de lo que vivo. Si de verdad lo entendiese creo que me volvería loco de amor, pero sigo siendo tan «cuerdo» como siempre. ¿Cómo voy a criticar a los que no se enteran si el primero soy yo? El Padre me llevó hasta esa Misa, que el espíritu Santo me lo explique.
Hoy soy breve, creo que es mejor el silencio ante el Sagrario. Y tú ¿cómo vives tu Misa? Que María nos ayude a entenderla.