Cuarto domingo de Pascua. Hoy, con un Evangelio breve Jesús nos habla de una de sus definiciones o títulos: el buen pastor.

Los niños de la parroquia, que son casi todos «urbanitas», no saben lo que es un pastor. Sin embargo saben muy bien cómo llamar a la señora que les cuida en casa cuando sus padres no están: la cuidadora. Tristemente algunos ya tienen interioridad que la cuidadora es una empleada con sueldo retribuido y se creen con derecho a mandarla y gritarla cuando quieran. La cuidadora tiene el trabajo de que no les pase nada mientras ellos hacen lo que les da la gana. ¡Qué lejos quedan las antiguas «tatas» que tenían casi más autoridad que las madres! Por eso no podemos confundir a el buen Pastor con la cuidadora. Jesús no ha venido para que hagamos lo que nos dé la gana mientras procura nuestra felicidad. Jesús ha venido a rescatarnos del pecado y de la muerte, y librados de nuestros enemigos le sigamos hasta la vida eterna. Tiene la autoridad del Padre, pues el Padre y él son uno.

Jesús me conoce, ahora me toca a mí distinguir su voz entre todas las demás y procurar no perderme, aunque saldrá siempre en mi búsqueda. Me llevará a los mejores pastos, aunque tengamos que hacer largas caminatas juntos, y siempre tendré al tentación de comer basura al borde del camino. Me hará caminar junto con toda la Iglesia, aunque me entren ganas de ser independiente y olvidarme de la vida de los demás. Me defenderá del lobo, aunque me atraigan los grandes dientes del lobo y sus orejas puntiagudas, cuál Caperucita Roja descerebrada.

Piénsalo en serio. Cuanto de fías de todo lo que te ofrece el mundo y cuánto de Aquel que abre sus brazos en la cruz y lo primero que te dice es: «Paz a vosotros». Yo no tengo ninguna duda, podremos decir: «Sé de quién me he fiado».

Sigue las huellas de María y siempre irás detrás del Buen Pastor.