Interrumpimos la liturgia de las ferias de Pascua para celebrar la solemnidad de san Isidro Labrador, patrón de nuestra ciudad de Madrid y un santo laico, cosa que siempre es destacable, pues hasta después del concilio Vaticano II eran más bien escasas las canonizaciones de santos laicos. Para conocer un poco mejor su historia, pincha aquí.

La lectura que se nos propone (Juan 15. 1-7) nos recuerda, una vez más, nuestra pertenencia a Cristo y cómo, sin Él, apenas podemos hacer nada que de verdad merezca la pena. Obviamente, esto no significa que no podamos ser buenas personas, que no podamos hacer obras de solidaridad. No. Lo que nos viene a decir el Señor es que lo que de verdad importa es todo aquello que apunta a la eternidad, donde, no lo olvidemos, pasaremos infinitamente más tiempo que en esta tierra.

De aquí extraemos un conclusión muy sencilla, pero capital: todo lo que hagamos tiene que tener un motivo sobrenatural. No se trata de ir pensando en cada momento en Dios, pero sí ponerle, al menos, al principio y al final de cada obra humana que hagamos. Ofrecerle el día y la noche; el comienzo y el final del trabajo; ¡incluso de los ratos de ocio, que debemos agradecer como dones que son! Todo. Impregnar las realidades humanas de Dios, fundamentarlas en quien es la vid. Si no lo haces ya, hoy es un buen día para que incorpores este propósito a tu vida: ofrecerle todo al Señor, ponerlo todo en sus manos.

Si lo haces podrás ser como san Isidro: trabajador, pero, sobre todo, SANTO. ¡A por ello!