Todos los días en la Misa se pronuncian estas palabras: “tú que dijiste a tus discípulos «la paz os dejo, mi paz os doy» no tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad”, y así pedimos a Dios que el sacramento realice eficazmente la unidad de la Iglesia. Este es el signo más evidente de la presencia de Cristo en la vida de los creyentes y el mejor argumento de credibilidad: “que todos sean uno para que el mundo crea”. Ciertamente, Cristo es nuestra paz, Él en la cruz hace caer los muros que nos separan a los unos de los otros; con su amor cura nuestro odio y con sus brazos abiertos abraza a los que se consideran enemigos en un acto de amor infinito.

Así es como podemos enfrentarnos a un mundo en el que muchas veces vamos a ser rechazados por decirnos cristianos. Y es que si rechazaron a Jesús ¡cómo no van a rechazarnos a nosotros! Precisamente por eso el Señor nos anima: «que no tiemble  vuestro corazón ni se acobarde», porque yo no os dejo solos, yo voy a estar con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos. Esa es la razón por la que dice que si le queremos deberíamos alegrarnos de su partida. Porque su partida no es definitiva. La muerte de Jesús en la cruz obedeciendo al Padre hasta el final y amando a los hombres hasta el extremo de dar la vida por nosotros, es es un acto de amor, pero ahora bien, el amor es inmortal. El parte de este mundo como cualquier hombre mortal a quien le llega su hora. Pero él dice: “me voy y vuelvo a vosotros”. Es decir que precisamente al irse regresa. Su paso de este mundo al Padre significa un modo totalmente nuevo y mejor de su presencia. Por eso los apóstoles deben alegrarse  de su marcha. Porque ahora él está mas cerca que nunca.

Le pido al Señor que esta experiencia, la de reconocerle presente en mi vida, se acreciente día a día en mi vida. Para que en medio de las batallas de cada día pueda experimentar su paz. Esa paz que viene después de hacer uno lo que tiene que hacer, después de reconciliarse con uno mismo, con los demás y con Dios. La paz que se experimenta cuando uno puede responder con amor a quien le odia, con perdón a quien le ofende, con mansedumbre a quien le violenta.

Danos, Señor, tu paz. No la del mundo, tan frágil y limitada. La paz que es el fruto del Espíritu Santo y que nos inunda la vida cuando le dejamos las riendas a él. Danos la paz. La paz nuestra de cada día, dánosla hoy.