Empieza la Iglesia a prepararnos, desde las lecturas del Evangelio de cada día, para la fiesta de Pentecostés. Se inicia la aventura de conocer al Espíritu Santo. Qué suerte tenemos los cristianos, parémonos a pensar un momento lo afortunados que somos. Tenemos el año dividido en hitos litúrgicos para comprender mejor a Dios: la Navidad, el Bautismo del Señor, la Cuaresma, la Pascua… son como lecciones diarias para el alma. ¡Como para no querer a la Iglesia! Cuando nos metemos gratuitamente con ella en términos difusos, no nos damos cuenta de su papel de facilitadora del acceso al misterio de Cristo. El entusiasmo de nuestra fe proviene de comprender mejor la presencia de un Dios escondido en el misterio de cada día.

La hija de un matrimonio amigo, apartada de la fe, le dice a sus padres: “es que los cristianos siempre estáis de fiesta”. Y tiene toda la razón, vamos de fiesta en fiesta y tiro porque me toca. El que no se apunta a la fiesta es porque aún no sabe que está invitado a ese misterio de penetración que cada año debería ser más hondo, más a conciencia. En la homilía a los novios, les digo siempre que el hecho de meter a Dios en su relación no es para prolongar la tradición cristiana de sus familias, sino para comprenderse a sí mismos y su matrimonio. Es que sin conocer a Dios se entiende bien poco de lo que nos pasa, somos como una piedra de río arrastrada por una torrentera de mucho caudal, reproducimos los sentimientos de ese personaje de Fitzgerald en “Suave es la noche”: “ella seguía dispersa y absorta, jugando con el caos, como si su destino fuera un rompecabezas”.

La gente espiritual no tiene cara de golondrina y junta las manos en el regazo con expresión clerical, se deja llevar por el Espíritu de la Verdad, como dice el Señor en el evangelio de hoy. Porque el Espíritu de Dios no es un espíritu cualquiera. Si quieres ser espiritual, busca la verdad, no hagas cosas raras, no te vayas a tocar la flauta frente a una montaña esperando entrar en comunión con la naturaleza, ni pidas que te echen las cartas, ni cierres los ojos buscando meramente el silencio por sí mismo. Busca la verdad en tu vida y el Espíritu de la Verdad te alcanzará. Quien regresa a la verdad del matrimonio y su dulce exigencia, o quien reconoce vanidad en sus ademanes, orgullo, frivolidad, quien brinda a Dios el agradecimiento oportuno, sabe que el Espíritu Santo lo ha cogido de la mano.